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viernes, 2 de septiembre de 2011

Tóxico de Sangre

La primera vez que probó el dulce néctar de la sangre fue el día en que perdió el último rastro de humanidad que le quedaba.

La Niña de Blanco le guió por el jardín con sus juegos de palabras y secretos, bailando entre sus rosas y ocultándose tras sus espinas, riendo con voz cristalina e inocente y unos ojos crueles y antiguos cautivos de estremecedoras historias.

Le señaló la muchacha con un dedito pequeño, pálido y frágil y le sonrió con la dulzura propia del más mortal de los venenos. Pudo ver la muerte grabada en su mirada.

La muchacha alzó los ojos hacia ellos y sonrió con la ignorancia propia de la juventud. No era más que una chiquilla cautivada por la belleza de aquel jardín de rosas perennes, pero al haber puesto el pie en él había firmado su sentencia, al haberse embriagado con su perfume intoxicante y haberse perdido entre las caricias de los suaves pétalos de colores.

Se acercó a él sonriendo con inocencia, atraída irremediablemente hacia la belleza inmortal como un insecto a la luz que iluminará su funeral. Intentó apartarse, escapar de aquella criatura rebosante de vida y juventud, de su tersa piel color nieve y el fragante aroma de la sangre que corría por sus venas, que palpitaba en sus arterias, que intoxicaba sus sentidos. Pero la Niña de Blanco giraba en torno a ellos, sonriente y aterradora en su hermosura sin edad. Y con cada giro sus diminutos labios rosados pronunciaban una frase prohibida y con cada palabra la muchacha entraba en trance y se acercaba insinuante y sus ojos se nublaban con un presagio espectral.

De pronto estuvo entre sus brazos, joven y viva, un corazón palpitante aleteando en su pecho. Intentó zafarse, pero los ojos fríos de la Niña de Blanco lo detuvieron.

"Bebe"-le dijo, un susurro quedo y aterciopelado en su cabeza. Sugerente e irresistible.

Y la muchacha le ofreció su cuello, largo, delgado y pálido como un lirio. Tan fácil de quebrar...

"Bebe"-repitió el susurro al borde de su conciencia.

Y la muchacha se apretó contra él, sus ojos vidriosos, y se inclinó desvelando sugerente el comienzo de sus pechos.

"Bebe"

Y bebió.

Perdió la rienda de sus sentidos que se desbordaron como una cascada de loca sed roja sobre ella. Abrió la boca y sus colmillos se extendieron. Ladeó la cabeza y besó con suavidad el comienzo de su cuello. Saboreó el aroma a rosas salvajes que desprendía su piel. Enredó los dedos en su cabello y la obligó a ladear la cabeza. La locura extendiéndose roja por su cabeza, arrasando los últimos vestigios de conciencia en una marea que lo ahogaba con su perfume a sangre.

Y sus colmillos rasgaron inseguros la piel de la garganta y de golpe los ojos cristalinos de la muchacha regresaron a la realidad y se desenfocaron por un terror sin nombre. Pero la primera gota de sangre ya había rodado entre sus labios y el frenesí se apoderó de él, despojándolo de lo que pudiera haberle quedado de humanidad. Sus caninos se clavaron en su suave cuello y la primera bocanada de líquido carmesí embriagó su cordura. Dulce, intoxicante, venenoso... Un deseo irrefrenable nubló sus juicio y bebió con avidez, excitándose con el beso de la muerte.

Los ojos de la muchacha se perdieron en el infinito y su cuerpo languideció entre sus brazos. Sus labios se entreabrieron y un suspiró que sonó como un jadeo placentero escapó extinguido.

Y en su locura roja, drogado por el tóxico carmesí y rememorando los días de una vida que se extinguía;  recordaría escuchar aquella risa histérica y cristalina como un macabro concierto de cascabeles.

La Niña de Blanco reía.




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