-Llegas tarde- fue lo primero que le dijo Cecil cuando Rose entró al salón.
Se había repanchingado en su sillón favorito, aquel de cuero negro que siempre olía a violetas, y apoyaba sus largas piernas sobre la mesita de café con desenfado. Vestía unos ajustados vaqueros deslavados y una camisa azul pálido desabotonada hasta la altura del pecho, dejando entrever una piel blanca, tersa y lampiña en un torso perfectamente plano. El cabello rubio y lacio le caía casi hasta la altura de la nuca, enmarcando un rostro ovalado, de facciones suaves casi femeninas, en que destacaban unos jugosos labios en forma de corazón y unos redondos y relucientes ojos azules.
Aunque había visto a diario aquel rostro en sus dieciocho años de vida, Rose aún se sentía falta de aliento cada vez que se hallaba cara a cara frente a aquella belleza inhumana, alta y esbelta. En comparación ella con su mediana estatura y su cuerpo que aunque delgado estaba lleno de curvas obscenas, se sentía torpe y pesada. Incluso tan orgullosa como estaba de su corto cabello castaño y sus grandes ojos de chocolate, a veces envidiaba el dorado de Cecil en contraste con su mirada celeste.
-He presenciado algo increíble-declaró la joven dejándose caer sobre el sofá frente al hombre, este también de cuero negro pero sin olor a violetas.
Cecil la miró inexpresivo y aguardó a que hablara, después de todo para un vampiro con siglos a sus espaldas pocas cosas le parecían ya increíbles. Rose era una de las pocas que de vez en cuando aún lograba sorprenderlo. Todo un mérito sobretodo tratándose de una humana mortal. Pero todos sabían que Rose era diferente, demasiado diferente.
-He seguido a la Muerte-confesó Rose en un susurro quedo.
Aquello captó de inmediato la atención de Cecil que se apresuró a bajar las piernas al suelo e inclinarse hacia ella, sus ojos desorbitados por la curiosidad y el ceño dorado fruncido por la preocupación.
-He presenciado el paso de un alma al otro lado- continuó la muchacha en voz apenas audible antes de que pudiera reprocharle su inconsciencia.
-¿No te tenemos dicho que no juegues con la muerte?-protestó el inmortal frunciendo los labios con desaprobación- No es algo que los vivos deberían ver. La última vez tuviste pesadillas por una semana.
-La última vez tenía 12 años-espetó Rose cruzándose de brazos- Y además esta vez realmente merecía la pena...-hizo una pausa dramática en la que Cecil se acercó aún más hacia ella- El alma era feérica. ¡He estado presente en la muerte de un hada?
-¿Un hada?-los ojos del vampiro se abrieron de par en par- Nunca he visto un hada muerta, ya de por si vivas son tan difíciles de encontrar. ¿Y estaba en la ciudad, dices? Eso sí que es extraño. Los feericos son criaturas de la naturaleza.
-Vivía en un viejo apartamento del centro- Rose se abstuvo a propósito de entrar en detalles sobre el nombre o el estado de la calle- Me parece... creo que se dejó morir. Parecía cansada y marchita.
-¿Viste sus alas?-inquirió Cecil curioso.
-Se habían marchitado y caído como las hojas en otoño.
-Es una lástima, pero dicen que el polvo de ala de hada es en verdad milagroso. ¿Cogiste un poco?
Rose negó con la cabeza.
-No tuve tiempo.
-¿No tuviste tiempo? ¿Qué puede ser más interesante e importante que ...? -Cecil se detuvo a media frase, hizo una mueca de disgusto y sus ojos azules se empequeñecieron amenazantes.- Donde hay un rastro sobrenatural llegan Los Limpiadores a borrarlo. -se giró hacia Rose con preocupación y reproche- Eso fue muy temerario, pequeña rosa. Aunque conozcas nuestro mundo y veas lo que otros no ven, ni siquiera yo, no eres inmortal. Jugar con lo prohibido puede ser muy peligroso y no siempre estamos para protegerte.
-Pero pude huir. Aunque tuve que saltar de un quinto piso y se me rompieron huesos que no sabía ni que tenía...- se percató de que Cecil la contemplaba horrorizado- Quería darte las gracias por haberme dado a beber de tu sangre la última vez. Me ha salvado la vida.
El inmortal bufó.
-Sabía que sería útil aunque los otros se opongan a ellos. Te gusta demasiado el peligro para tu propio bien.
-Pero... ¿Acaso no ha merecido la pena? ¡Piénsalo! ¡Un hada! ¡Una auténtica hada!
Cecil puso los ojos en blanco y suspiró pero una sonrisa divertida bailaba en sus labios. Después de todo él era el más permisivo de sus guardianes, su amigo y confidente.
-Está bien.- susurró tan bajo que Rose tuvo que acercarse aún más para oírlo- Pero será mejor que Marcus no se entere o se podría caer la casa abajo y nuestra amada libertad llegaría a su fin. Así que-le guiñó un ojo cómplice- éste será nuestro secreto.
-¿Qué estáis cuchicheando vosotros dos tan pegaditos?
La voz a sus espaldas los sobresaltó y ambos se giraron al unisono. Apoyado contra el marco de la puerta Marcus los observaba con sus implacables ojos oscuros, majestuoso en su traje negro hecho a medida. Alto y delgado, tenía un porte estricto pero endiabladamente elegante. El negro de sus ropas, sus ojos y su corto y repeinado cabello contrastaba con la palidez de su piel y acentuaba la ferocidad de un rostro de rasgos afilados y perfectos siempre serios y tenaces, poco acostumbrados a sonreír.
-¿Qué estáis tramando?-repitió despacio pasando la vista de un otro con ojos entrecerrados por la sospecha.
-¡Nada!- respondieron Rose y Cecil a una. Se miraron el uno al otro culpables.
-Nada- Marcus frunció el ceño- Me cuesta creerlo cuando los dos os apresuráis a contestar tan pronta y enérgicamente.
Con una última mirada se apartó de la puerta y siguió su camino.
Cecil y Rose compartieron una mirada cómplice y una sonrisa de alivio. Sabían que no le habían engañado pero por ahora habían sorteado el peligro.
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