-Si me das la mano no te dejaré caer-me dijo el demonio mirándome fijamente con aquellos ojos rojos desbordantes de confianza y extendiendo su mano hacia mí.
Y yo al borde del precipicio, a punto de despeñarme a mi propia muerte, acepté aquella mano que me tendía.
El demonio sonrió y así fue como empezó todo.
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