Buscar

domingo, 9 de septiembre de 2012

EL HILO ROJO: PARTE 12

Parte 12: Los muertos nunca duermen
Rose se sobresaltó cuando la puerta se cerró a sus espaldas, pero se cuidó bien de demostrarlo. Ajeno a ella, su particular anfitrión hizo un ademan para que lo siguiera y dándole la espalda echó a andar con paso elegante por el cementerio. Sin un segundo de demora la muchacha se apresuró a trotar tras él.
Era noche cerrada. La luz en el camposanto era escasa y debía apresurar el paso para no perder de vista la esbelta espalda del vampiro. A medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad Rose comenzó a distinguir las siluetas de las lápidas, las flores secas que las adornaban y los altos cipreses que aquí y allá bordeaban en camino, un bonito sendero pavimentado en piedra que abría la marcha colina arriba entre arbustos y rosales. De vez en cuando una vieja estatua o una pequeña fuente amenizaba la vista. Era un lugar agradable para dar un paseo... a la luz del día y en compañía viva a ser posible.
Pese a todo su acopio de valor y raciocinio, Rose no podía dejar de sentir cada vello de su cuerpo erizarse en alarma. La magia allí era poderosa y antigua, tan vieja como los huesos que reposaban bajo tierra o incluso más. Y aunque sutil palpitaba en cada uno de los objetos allí presentes: en sus piedras y en sus rocas, en las lápidas, los árboles, las flores e incluso las estatuas. Se enredaba sinuosa en torno a los vivos, cómo queriendo arrastrarlos a su sino, queriendo desvelar el misterio de su vida. Y Rose era la única mortal presente y viviente en los dominios de aquella magia ancestral. Creía recordar que aquel cementerio se remontaba a una época previa a la fundación de la ciudad, cuando los nativos salvajes de aquellas tierras habían enterrado a sus muertos bajo itinolitos. Imaginó a todos aquellos espíritus furiosos y confusos, los que habían sido masacrados por los invasores que habían construido la ciudad, removiéndose en sus tumbas por la injusticia. Si lo pensaba su ciudad había sido erigida sobre un baño de sangre. Aquello siempre atraía muchas malas vibraciones. Tal vez por ello había tal número de criaturas sobrenaturales pululando por sus calles, la vieja magia de la sangre y la justicia era un imán poderoso. No pudo evitar estremecerse.
-¿Frío?- inquirió Amaury volviéndose hacia ella con una ceja enarcada, sin duda malinterpretando su temblor. Se movía por el cementerio como por su propia casa y Rose se preguntó cuántas veces habría estado allí- No te preocupes, ya casi estamos.
 No se molestó en contradecirle. Prefería que pensara que se estremecía de frío y no de miedo. En vez de eso alzó la vista y observó los alrededores con renovada atención. Habían llegado a la parte más señorial del cementerio, donde se erguían los grandes panteones familiares de las familias adineradas y poderosas de la ciudad. Algunas parecían antiguas, se remontaban a la fundación del primer pueblo y estaban construidas en piedra adornadas por imponentes estatuas variadas: las había con ángeles, vírgenes y santos y también los que habían elegido unas figuras más paganas en general mitológicas como esfinges o caballos alados. Pero todas estaban bien cuidadas y resultaban innegablemente hermosas, se alzaban ante el visitante como grandes señoras de tiempos antiguos que guardaran celosas los secretos de sus muertos. Rose se sintió sobrecogida ante su poderosa y trabajada belleza.
A medida que se adentraban más y más los mausoleos se iban volviendo más antiguos, algo descuidados incluso, algo más sencillos, pero no menos sobrecogedores en absoluto. Amaury se detuvo frente a una cripta de piedra gris, cuadrada y sin apenas adornos, por cuyos muros desnudos había comenzado a trepar una espesa mata de hiedra verde oscura, gruesa y fuerte por el paso de los años. Rose se detuvo tras él sobresaltada y alzó los ojos para contemplar la misteriosa construcción. Se sintió trasladada a un mundo mágico como los que habitan en las leyendas célticas y los cuentos de hadas. 
-Aquí es- repuso Amaury con suavidad pero con un tono que no dejaba lugar a réplica.
-¿Aquí?- repitió algo confusa. ¿Qué diablos iban a hacer en una cripta que parecía abandonada hace al menos un siglo a medianoche? Sintió que el vello de su cuerpo se erizaba, allí la magia era aún más antigua y poderosa, parecía manar de cada resquicio entre las piedras casi como si llorara. Miró a su anfitrión con cierta aprehensión. Puede que aquello no fuera tan buena idea después de todo.
-En efecto, hemos llegado.- el inmortal sonrió apaciguador y con una elegante floritura de mano la pesada puerta de la cripta se echó a un lado dejando una abertura cuadrada en la roca, casi como una herida.
- Adelante, Rose, no tengas miedo. Sabes que nunca te haría daño.
Rose se estremeció ante la familiaridad con que pronunciaba su nombre. ¿Nunca la haría daño? ¿Lo sabía? Pensándolo bien... ¿qué sabía de Amaury en realidad?
- Adelante-insistió el vampiro- Alguien está esperando para conocerte.
¿Alguien más quería conocerla? ¿Quién?- Rose pensó- ¿Tal vez el cuarto guardián al que no conocía? Una extraña emoción burbujeó en su interior. Quería conocerlo, quería saber la verdad sobre si misma. ¿Por qué tenía el don de ver lo sobrenatural? ¿Por qué había cuatro vampiros a su cargo? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Las mil preguntas sin respuesta martilleaban en su cabeza, las preguntas que se había hecho desde que tenía uso de razón y que nadie jamás había contestado. Esa duda existencial con la que cargamos todos los seres humanos pero que en Rose era más poderosa que nunca. ¿Quién soy?
Pero si iba a conocer al último de sus guardianes... ¿por qué a espaldas de Cecil y Marcus? ¿Por qué no debían enterarse sus padrastros? ¿Había alguna razón por la que no debiera conocerlo? ¿Alguna razón peligrosa?- murmuró una vocecita tímidamente en la parte trasera de su conciencia.
-Entra- repitió Amaury y esta vez Rose pudo sentir el poder ancestral en sus palabras. No era una petición sino una orden.
Y de pronto Rose no tuvo ninguna duda de que debía entrar, de que quería entrar... de que deseaba saber con todas sus ansias lo que había allí abajo. 
"Y la curiosidad mató al gato"- sonaron las palabras de Cecil en el fondo de su cabeza pero la parte consciente de su mente se apresuró a apagarlas.
-Con permiso- murmuró la muchacha cohibida a media voz y dando un paso adelante, se agachó y entró.
Dentro estaba oscuro y olía a humedad, antigüedad y cerrado; como una tumba en la que no ha puesto pie un ser vivo en los últimos trescientos años. Incapaz de ver nada más allá de un palmo de su propia nariz, Rose se apoyó con la pared en busca de una guía. Al instante la apartó al sentir la piedra fría y húmeda recubierta de musgo pegajoso.
Amaury entró tras ella sin reservas y chasqueó los dedos. Al instante se hizo la luz. Decenas de velas colgadas de las paredes se encendieron lanzando un juego de sombras y luces anaranjadas sobre la estancia. Se encontraban en una habitación rectangular completamente vacía y desnuda, cuyos muros de piedra se habían oscurecido por la humedad y el tiempo y estaban recubiertas aquí y allá de musgo oscuro y otras plantaciones menos reconocibles. Las velas continuaban por un hueco en el suelo para descubrir unas empinadas escaleras que parecían haber sido labradas directamente en la roca y descendían al subsuelo.
Amaury tomó una de las velas de la pared y como quién camina por su propia casa lideró el camino escaleras abajo. Tras un breve instante de duda Rose lo siguió. No escuchó el chasquido de la piedra cuando la puerta se cerró a sus espaldas.
-Creía que eso de los vampiros y las criptas no eran más que leyendas urbanas- comentó en parte porque se sentía intrigada y en parte por iniciar una conversación que matara aquel silencio opresor que amenazaba con aplastarla. Cualquier cosa por distraerse de aquella sorda inquietud que comenzaba a trepar como un ejército de hormigas por su espina dorsal.
-Y lo son en general- contestó Amaury sin volverse- Todo eso sobre dormir en ataúdes, vivir en tumbas o en castillos abandonados llenos de murciélagos y telarañas... - el vampiro hizo un ademan como si espantara un insecto particularmente repugnante- es puro cuento inventado por humanos. Piénsalo, pudiendo dormir en mullidas camas de plumas y vivir en cómodas mansiones modernas o grandes apartamento con vistas increíbles a la ciudad... ¿quién querría dormir apretujado e incómodo en un ataúd? Salvo esos neófitos que han sido influenciados demasiados por la cultura mortal y creen que un féretro y una cripta son el último grito vampírico... Las juventudes siempre han estado un poco locas- su voz denotaba cierto desdén amargo pero se volvió seria cuando prosiguió- Claro que tampoco es como si realmente durmiéramos. Tú debes saberlo que los vampiros no necesitamos dormir, no físicamente al menos. Pero a veces necesitamos descansar de nuestras vidas, de nuestras mentes, de nuestra carga moral... es cuando entramos por voluntad propia en ese estado catatónico al que llamamos sueño aunque cualquiera que nos viera nos creería cadáveres. Bueno, técnicamente lo somos. Cadáveres- se encogió de hombros- Algunos "sueños" duran poco, apenas unas horas, unos días, unos meses... años incluso. Pero algunos vampiros muy antiguos, los que han vivido más de lo que su mente es capaz de soportar, entrar en lo que llamamos "el sueño eterno" y pueden estar en ese estado inconsciente durante siglos, algunos dicen que incluso la eternidad. Son generalmente los que se han cansado de vivir pero no pueden morir. Sabes lo difícil que es que muramos, sobre todo si somos poderosos y centenarios. Imagina lo que un vampiro milenario debe acarrear sobre sus espaldas...- Rose se lo imaginó y se estremeció sobrecogida. Siglos y siglos de muerte, de matar y ver morir, de ver cambiar el mundo pero donde las guerras nunca acaban y la naturaleza humana sigue igual. Para un mortal era una idea a partes iguales fascinante como espeluznante- Para esos vampiros que buscan el descanso un mausoleo, un cementerio, una cripta... es un buen lugar porque difícilmente nadie lo molestará allí. Para el resto de nosotros, los que aún tenemos voluntad de vivir, preferimos las múltiples comodidades que ofrece la vida contemporánea.
Pensó en Marcus y Cecil. Nunca les había preguntado por su edad pero calculaba que se remontaba a al menos varios siglos atrás. Para un vampiro era un asunto muy íntimo hablar de su muerte y su vida antes de ella, el tiempo cuando había sido un humano mortal. ¿Se sentirían a veces cansados, atormentados por los años y las vivencias? Estaba segura de que sí, especialmente el siempre protector y serio Marcus. ¿Aunque cuántos secretos podía albergar la sonrisa fácil de Cecil? Aquella sonrisa que no siempre tocaba sus ojos celestes...
-Cuidado con el último tramo de escaleras- comentó Amaury.
Con el corazón retumbando contra su pecho por la emoción y la inquietud de lo que pudiera esperar abajo, Rose casi salto los últimos escalones y se detuvo para contemplar al tiempo que Amaury se hacía a un lado. La empinada escalera terminaba en una pequeña estancia rectangular idéntica a la anterior e igual de desnuda pero a varios metros bajo tierra. Pero ésta no estaba vacía. En su centro un largo sarcófago de mármol descansaba abierto y tenuemente iluminado por la luz danzarina y anaranjada de las velas que colgaban de las paredes de la cripta. El sarcófago era hermoso en su sencillez, sin grandes pretensiones y complicadas estatuas, estaba bien pulido y resplandecía bajo la luz de las velas con un millar de intrincados grabados en una lengua que la joven desconocía.
Atraída por una fuerza extraña Rose dio un paso al frente y luego otro. Cuidadosa, fascinada y casi temerosa, hacia el féretro. Se detuvo a escasos centímetros y se asomó a él. En su interior yacía una mujer, la mujer más hermosa que Rose hubiera visto nunca, una que haría palidecer de envidia a Lucrecia Borgia o la mismísima Elena de Troya y muchas otras que se habían considerado bellezas a los largo de la historia. Alta y esbelta, su piel morena relucía bajo las velas como el mármol de su sarcófago en contraste con la larga melena de rizos rojos que caía como una cascada de fuego sobre sus hombros desnudos. Ni el mismo Miguel Ángel podría haber podido jactarse de esculpir aquel rostro ovalado y hermoso, de pómulos altos y nobles, nariz recta, cejas finas y curvadas sobre sus ojos cerrados de largas y espesas pestañas oscuras y unos labios rojos y jugosos que incluso incitaban a Rose a besar siendo ella misma mujer. Era el tipo de belleza que describen las Odas griegas y que embelesa a los mortales, esa que nunca debería existir en este mundo por peligrosa, la belleza de un inmortal.
Su único atuendo era una sencilla túnica blanca que se abrazaba a sus curvas como una amante celosa y sin mostrar nada dejaba poco a la imaginación. No llevaba joyas, maquillaje ni adornos, ni tan siquiera sandalias, pero tenía el porte de una gran reina, una que pudiera haber regido sobre el mundo entero, una que hubiera podido someter a cualquier hombre con una sola mirada.  Y Rose sospechaba que así habría sido una vez.
-¿Quién es?- preguntó en un susurro ronco, sobrecogida. El poder palpitaba crudo y fuerte bajo la piel de la mujer, dormido pero ansioso, sediento y devastador.
-Mi madre- respondió Amaury a sus espaldas, su la voz áspera por una emoción que rozaba en la más absoluta devoción.
Rose supo que no se refería a su madre biológica, sino a la que lo había convertido en vampiro, la que le había dado su sangre y despertado a la vida eterna. Si es que se le podía llamar vida a la muerte. Era extraña la relación entre un bebedor de sangre y su creador, era un lazo irrompible y poderoso que los ataba durante toda la eternidad el uno al otro. Algunos vampiros odiaban a aquel que los había convertido, lo culpaban de todos sus crímenes y pecados, como la fuente de todas las desgracias y aun así no eran capaces de dejar de adorarlo. Otros los veneraban como a dioses, los amaban como a padres, y a pesar de todo a veces se sentían repugnados por su presencia. Estaba claro que Amaury era del tipo que adoraba incondicionalmente a su madre, hasta la misma destrucción. Era una clase de amor debastador y peligroso donde a menudo los límites y las líneas no eran claras. A veces eran creadores y amantes, otras señores y siervos, otras hijos, amigos, confidentes, esclavos o incluso mascotas. Realmente era una relación más compleja de lo que una joven e inmadura mente mortal pudiera comprender.
-Está... está...- tartamudeó Rose sin encontrar las palabras adecuadas, inclinándose más sobre la mujer hasta que casi pudo tocar su hermoso rostro.
-Está "dormida"- contestó Amaury con suavidad, con una dulzura que no lograba empañar del todo la amargura de su voz- Por eso te he traido aquí, porque tal vez tú puedas ayudarme a despertarla...
-¿Yo?- inquirió Rose sorprendida sin poder apartar la vista fascinada del rostro de la mujer dormida- No lo entiendo... ¿Cómo puedo ayudarte yo?
No sintió al vampiro acercarse, moverse sigiloso a sus espaldas y cerrarse sobre ella.
-Porque madre quería conocerte- musitó. Esta vez más cerca, casi en su oído, pero hipnotizada como estaba por la mujer del sarcófago no se dio cuenta.
-¿A mí?- repitió Rose confusa.
-A alguien como tú- susurró y su aliento acarició la piel de su mejilla e hizo erizarse el vello de su nuca.
Se sobresaltó, de pronto completamente despierta e hizo ademan de volverse al tiempo que comenzaba a exclamar un breve "¿Pero qué..." 
Todo ocurrió tan deprisa que no fue capaz de reaccionar. Aunque de haber podido tampoco hubiera sido capaz de evitarlo. Con una mano férrea el vampiro inmovilizó su rostro y le plantó un beso en los labios, un beso rápido pero rudo y fuerte. Sintió sus labios duros y fríos apretarse contra los suyos, muertos, y su boca entreabrirse para dejar paso a su lengua. No había ni un deje de pasión ni sentimiento en aquellos labios. Aterrorizada con los ojos abiertos de par en par y el corazón a punto de desbocarse contra sus costillas Rose se sintió absolutamente atrapada, incapaz de moverse e impotente, a completa merced del inmortal y aquellos ojos aguamarinas inexpresivos fijos en ella pero que no la miraban. Y en aquella décima de segundo cayó en la cuenta por primera vez de algo, que las sonrisas dulces y paternales de aquel hombre en ningún momento habían alcanzado sus ojos. ¿Cómo no lo había visto antes? Porque era un maestro del engaño, un actor con siglos de experiencia en el arte de la mentira. Los había engañado a todos, incluso a Cecil y Marcus... si tan solo hubiera confiado más en ellos... si tan solo... Pero ahora lo veía claro, con claridad cristalina, aquellos labios gélidos que la besaban, aquellos ojos indiferentes que la miraban sin ver... para Amaury ella no era sino un objeto, un utensilio a utilizar. ¿Pero para qué?
Sintió una breve punzada en el labio cuando un colmillo afilado lo rasgó sin miramientos. Quiso gritar de dolor pero le faltó el aliento y en aquel instante terminó el beso. Pero lejos de soltarla el vampiro la sostuvo por la nuca con fuerza sobrenatural y obligándola a girar, la hizo inclinarse sobre el féretro, sobre la mujer que descansaba en él, tan cerca que casi tocaba su rostro inexpresivo con sus propios labios. Aterrorizada la observó, la inexpresividad con que los muertos descansan por la eternidad, completamente serena y ajena a la lucha que se llevaba a cabo sobre su lecho. Sintió una gota de sangre, cálida y con olor a óxido resbalar desde su labio y con ojos horrorizados la vio caer sobre la mejilla de la pelirroja. Descendió roja y resplandeciente como una lágrima dejando un surco carmesí sobre su piel tersa y perfecta. 
Por un instante que pareció eterno no sucedió nada, absolutamente nada, y todo lo que pudo oír Rose fue el sonido irregular de su propio corazón en la garganta mientras el sabor salado de la sangre llenaba su boca.
-No lo entiendo... - musitó Amaury, su voz sonaba cansada, vieja, rota y vencida- Esto debería funcionar... Estaba seguro de que esto funcionaría...
La garra que la apresaba se volvió más débil y Rose respiró aliviada al verse casi libre. Pero las piernas le temblaban a incapaz de levantarse permaneció durante un instante allí quieta y en shock, medio tendida sobre el sarcófago. Mientras la gota de sangre continuaba su lento descenso hasta los labios y el rostro dormido de la vampiresa continuaba ajeno e inexpresivo. Y mortalmente bello. 
Y entonces abrió los ojos. De par en par. Unos ojos grandes y verdes. Como esmeraldas. Inexpresivos como la muerte. Unos ojos vacíos como los de una muñeca de cristal. Y antes de que Rose pudiera siquiera gritar, la mujer de los ojos muertos se abalanzó sobre ella.


No hay comentarios:

Publicar un comentario