Buscar

domingo, 18 de diciembre de 2016

Dos palabras, una promesa

-Hasta mañana- eran las palabras que siempre decía cuando se despedían, como un mantra.
Aquellas dos únicas palabras tenían el sabor dulce de una promesa. La promesa de que volverían a encontrarse.
Cada tarde, al terminar la escuela, corría a buscarla. Siempre se encontraban en el mismo lugar, a la misma hora. Y cada vez ella se despedía con las mismas palabras.
-Hasta mañana.
Dos palabras. Una promesa.
Por aquel entonces eran demasiado niños para comprender los sentimientos que comenzaban a florecer en la profundidad de sus corazones. Pero no para atesorarlos.
Sin darse cuenta vivían prendidos de la promesa de aquellas dos palabras.
-Hasta mañana.
Cuando las pronunciaba al despedirse, como un encantamiento, el muchacho sabía que al día siguiente volvería a encontrarla.
Aquella era la esperanza inquebrantable de aquellas palabras.

Pasos de Viento

"¿Nunca os habéis preguntado por qué hay tanto viento siempre en los corredores de la escuela? Son los pasos de los fantasmas. Fantasmas de los niños muertos."- comienza Miguel a contar la historia.
Lo hace con tono lúgubre, en la semipenumbra del cuarto de las escobas. Siempre se le ha dado muy bien contar cuentos y de todos, los de terror son sus favoritos. 
Cinco pares de ojos lo miran atentamente, bebiendo de cada una de sus palabras. Estamos apretujados unos contra otros en la diminuta alacena, entre mopas, fregonas y trapos de polvo. El olor a lejía es penetrante, pero no nos importa, somos niños y la emoción de lo secreto y lo prohibido nos excita. Podríamos vivir solo de la imaginación. 
Miguel ha traído una pequeña linterna que ha robado a su padre y el débil haz de luz le ilumina el rostro dándole un aspecto fantasmagórico, como los niños muertos de su historia. Las sombras bailan en torno a sus facciones y despiertan ilusiones en nuestras mentes hiperactivas.
Marian, mi mejor amiga, y yo nos miramos y compartimos una sonrisa cómplice. Siento su mano sobre la mía, la suya fría y la mía cálida. No nos decimos nada, no hace falta. Marian es muy tímida y no habla frente a otros niños, yo respeto su silencio, igual que los  pasos de viento de los pasillos.
Y Miguel continúa relatando su historia...
"Cuenta la leyenda" - recita con dramatismo su frase favorita- " Que hace no muchos años en esta misma escuela había una niña. Era una niña solitaria y tímida. Cada tarde, al terminar las clases, jugaba en el patio con los otros niños hasta que se ponía el sol. Uno a uno los niños se iban despidiendo cuando sus padres venían a buscarlos y al final la niña siempre se quedaba sola. Dicen que la veían sentada triste y sola en el banco de la entrada, hasta que su madre al fin venía a recogerla. Pero aquel día no vino nadie a por ella. La niña esperó y esperó sin que nadie la recogiera. Y esperó y esperó y esperó. Cuentan que al día siguiente encontraron su cuerpecillo frío y muerto aún sentado esperando en el banco. Desde entonces la niña aún sigue esperando que alguien venga a por ella y a veces para no aburrirse juega con otros niños y se los lleva con ella. Por eso cuidado con los pasos de viento que escuchas en las escaleras, son los niños jugando, jugando mientras esperan..."
La puerta de la alacena se abre de improviso con un chirrido acusador y sobresaltados dejamos escapar un grito estridente. La cara malhumorada del bedel asoma por el resquicio.
- ¡Qué demonios hacéis aquí, mocosos! Este no es lugar para jugar.- exclama.
Soltamos un nuevo chillido que se ahoga en nuestras risas infantiles cuando nos ponemos de pie de un salto y echamos a correr. Nos dispersamos, tratando de escapar del enfado del hombre.
Sin soltarnos de la mano Marian y yo corremos y reímos hasta que nos duele el costado. Al menos a mí me duele. Nos detenemos al llegar a la escalera y le indico con un dedo que guarde silencio mientras nos acuclillamos escondidas tras una columna. Aguzo el oído pero no escucho nada, ni los pesados pies del bedel ni los pasos de viento de los niños muertos.
Solo la voz de mi madre que grita mi nombre.
Es hora de ir a casa.
Miro a Marian con tristeza y ella asiente en silencio como a diario. Ella es siempre la última en irse a casa.
Con una rápida despedida salgo a toda prisa a recibir a mamá. Un instante antes de llegar me vuelvo hacia la puerta y sacudo el brazo en alto diciendo adiós a Marian que me observa desde la entrada.
- ¿A quién saludas, cariño?- pregunta mamá con curiosidad.
- A mi amiga- respondo sonriente y mamá mira con extrañeza la puerta pero Marian ya se ha ido. 
En su lugar hay solo silencio pero si aguzo el oído me parece escuchar pasos de viento que se alejan.

Valiente, Indiferente

Hoy he abierto la ventana
Para ahuyentar los fantasmas
Que merodean en mi alma.
He sacado al colgador
Nuestros trapos sucios
Para airear la culpa
Que prende de mis perjuicios.
Puede que al fin
Sea un poco valiente
Para dejarte ir,
Un extraño entre la gente,
Volverme poco a poco indiferente
Al corazón que te rompí.
Si vuelvo a pasear
Por nuestro museo
Donde cuelgan fotogramas
De aquellos recuerdos
Quiero ser un espectador
Sin nada que esperar
Juzgando sin pasión
Una obra inédita.
Y así acabamos
Vaciando los armarios
Donde guardé las promesas
Que a ti me encadenan
Y con mis manos
Destruí...
Puede que al fin
Sea un poco valiente
Para dejarte ir,
Un extraño entre la gente,
Volverme poco a poco indiferente
Al corazón que te rompí
Y si a veces me quedo enredada
En el silencio de tu alambrada
Uno a uno quiero deshacer
Cada nudo de mi piel
Aunque sangren las heridas
Abiertas por tus espinas.
No voy a titubear
Las maletas están cargadas
Y el tren ha dejado la estación
Los sueños rotos son el vapor
Que se insufla del carbón
De las nuevas esperanzas.
Puede que al fin
Sea un poco valiente
Para dejarte ir,
Un extraño entre la gente,
Volverme poco a poco indiferente
Al corazón que te rompí

La Reina Blanca

Blanco...
Su placer es todo blanco, 
Como el olvido entre sus brazos,
Su beso dulce, tan amargo.
Me esfumo,
En su fuego me vuelvo humo,
Calada a calada fumo
La realidad en un segundo.
Muero, 
Mientras de sus labios bebo,
Vivo preso de su credo,
La irrealidad de su etéreo.
Blanco,
Blanco y frío,
Como el olvido.
La Reina Blanca.
Blanca, 
Soy espuma de plata, 
Me disuelvo en alta mar
Con la sal de las lágrimas
Que he visto derramar.
Me esfumo,
En su fuego me vuelvo humo,
En su placer me consumo,
Blanco y frío, un intruso,
El ingrávido mercurio.
Blanco,
Blanco y frío,
Como el olvido.
Con ella muero,
Sin ella no vivo.
La Reina Blanca.
La Reina en polvo del olvido.

A la luna

Le he compuesto a la luna
una canción de cuna,
no dos sino una,
le he compuesto a la luna.

A ella que sola habita
la eterna noche marchita,
a ella que brilla sin luz
y cuenta en estrellas su dicha,
a esas amigas que están
a años luz en su día. 

Fugaces son 
las lágrimas de mi luna
que en las sombras oculta
su cara más oscura,
los cráteres desfiguran
su blanca belleza pura,
las lágrimas de mi luna
son fugaces. 

Mi luna que aguarda al sol
en el balcón de la noche
para asomarse al alba
y suspirarle un reproche,
mi luna que atemoriza
al pobre superticioso
y enamora a la poetisa
mi luna, tan sola ella,
que sueña en las veredas
con el amante que nunca llega. 

Mi luna que como yo
vela por la noche de quien no se acerca,
yo como mi luna
que aguardo al sino que no se presenta. 

Si pudiera erigir
una escalera hasta ella
de esta soledad
seríamos compañeras,
pero solo puedo contemplarla,
testigo de su belleza,
y a hurtadillas dedicarle
los versos de este poema.

Mi luna que como yo...
yo que como mi luna
quieta y serena,
serena y quieta,
guardianes
del amor que no llega.

Le he compuesto a la luna
una canción de cuna,
no dos sino una,
una canción de cuna
le he compuesto a la luna.