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domingo, 30 de enero de 2011

Not believing

I'm done believing
that you'll be coming
to take me home,
I won't stand waiting
I'll be walking
on my own.

viernes, 28 de enero de 2011

Waiting with my memories

I tried to say goodbye
but you weren't listening
was it cause you don't care?
or you don't want to hear me say?
I'm still wondering about you and me
You've trapped me inside your cage
and now I can't leave,
not like I care,
but do you?

It's time for the truth
I'm still waiting,
sitting alone in your room
with my suitcase
packed with everlasting memories
Will you come and tell me?
It's time to be sincere,
about the rest I don't care,
goodbyes can wait,
feelings can change,
but memories never fade.

Will you come and tell me?
I'll be waiting trapped on your cage
with my packed memories
give me a farawell present,
an everlasting deed
or cling to me with sincerity
and never let go of me.

martes, 25 de enero de 2011

ETÉREA: Parte 1

(Casi cien años después)

El siglo XXI era un siglo extraño. Ruidoso y frenético, la ciudad siempre estaba poblada de gente, gente siempre con prisa que caminaba por la calle sin mirar alrededor, sin ver y sin prestar atención. Se cruzaban unos con otros y ni siquiera se cruzaba una mirada, parecía haber una prohibición en contra de encontrarse con los ojos de un extraño. Y las calles siempre llenas de extraños ruidos, máquinas, pitidos, luces y humo. Los avances eran tan rápidos que era imposible estar al día, pero también era imposible aburrirse intentando estarlo.

Aquel día como cualquier otro vagaba sin rumbo por las calles de la ciudad dejándose arrastrar por su entorno. No se sorprendió cuando un humano joven ocupado en escuchar música de sus cascos chocó contra ella y la atravesó como si nada, siguiendo su camino imperturbable al ritmo de su música. Aquello también había cambiado. Antaño los seres humanos inconscientemente evitaban su presencia aún si no eran capaces de verla, de algún modo presentían que había algo allí que no debería estar. Sin embargo con los siglos, o puede que con los adelantos de la ciencia y la tecnología. los seres humanos habían perdido esa capacidad de presentir lo sobrenatural, ya no estaban atentos a nada que no fuera su entorno físico y estaban dejando morir el cada vez menos existente sexto sentido. Aquello probablemente había facilitado la vida de muchas criaturas sobrenaturales que podían vivir entre humanos sin levantar sospechas, cosa que también representaba un peligro para la humanidad que vivía al margen de aquel mundo de misterio. Sin embargo para ella que pasaba los días como una solitaria vagabunda era como si incluso el mundo rechazara su existencia.

A lo lejos el estridente sonido de unas sirenas que se acercaban llamó su atención. Reconoció al instante la ambulancia que cruzaba a toda velocidad la calle. Y por encima de la ruidosa sirena reconoció otro sonido tan frágil que era apenas perceptible incluso para sus delicados sensores paranormales: el suave gorgoteo del mar, como las olas al morir contra la arena.

El corazón le dio un vuelco en el pecho. (En sentido figurado, ya que un espíritu no tenía corazón y sin embargo era increíble como su alma recordaba lo que había sentido su cuerpo tanto tiempo atrás.) El sonido del mar era como una poderosa llamada de auxilio, un imán para ella. Sin pensarlo dos veces saltó a la carretera tras la ambulancia y echó a correr tras ella. Ni siquiera un vehículo moderno era capaz de dejar atrás a la forma incorpórea de un espíritu. Necesitaba ver con sus propios ojos la fuente de aquel sonido tan conocido. Si tan solo hubiera una leve oportunidad, aunque sea un segundo para volver a encontrarse....

Y entonces un alma asomó la cabeza a través de la puerta trasera de la ambulancia. A juzgar por su aspecto era el espíritu de un chico joven, en torno a los dieciocho. Su presencia era semitransparente y temblorosa, como la de un alma que aún se aferra a la vida de su cuerpo malherido. Los ojos de ambos se encontraron y pudo distinguir la mirada sorprendida, perdida y asustada de aquella joven alma. Sintió un dolor desgarrador atravesarle el pecho que reconoció como angustia. Hacia tiempo que no sentía una emoción tan humana por alguien. Extendió la mano hacia el espíritu del chico y forzó una sonrisa.

-Vive-le ordenó apoyando un dedo sobre su transparente frente-Debes vivir. No hay nada al otro lado para ti. No temas yo estaré contigo, así que ahora regresa a tu cuerpo.

Insufló apenas una pequeña parte de su poder e hizo retroceder aquel alma al interior de la ambulancia y con suerte de regreso a su cuerpo. 

El suave sonido del mar comenzó a debilitarse, a desvanecerse en el ruido del día a día del siglo XXI. Aún así ella siguió a la ambulancia. Había hecho una promesa y puede que aún tuviera una oportunidad única, la oportunidad que tan solo se le presentaba una vez cada cien años.

Cuando llegó al hospital era un gran ajetreo de enfermeras alarmada y cuchicheos. No le costó mucho oír sus conversaciones.

-Parece que el chico que acaba de entrar se ha intentado suicidar.

-¿De verás? Es una lástima y parece tan joven...

-Sí, al parecer se ha tirado de un puente. Por suerte ha caído contra las vigas y han amortiguado su caída.

-¿Por qué haría algo así un chico tan joven y además guapo?

Pasó de largo de los murmullos hasta la doble puerta cerrada del quirofano. Cerró los ojos y aguardó mientras el sonido del mar iba muriendo como olas contra la arena hasta desaparecer.

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Dan abrió los ojos lentamente. Todo su cuerpo estaba abotargado y parecía que se negaba a responderle. A su pesar reconoció el olor a desinfectante, químicos y enfermedad propios de un hospital. Su mirada pasó despacio de la vía que sobresalía de su brazo a las blancas paredes de la habitación y por último a la extraña joven que lo miraba sentada en lo que parecía un incómodo sillón. La miró con extrañeza. Era bastante bonita, de mediana estatura, delgada, piel pálida de aspecto suave, largo y ondulado cabello castaño y unos grandes ojos almendrados que lo observaban en silencio. Y sin embargo estaba completamente fuera de lugar ataviada con aquel vestido blanco que parecía salido de una obra de Shakespeare. ¿Era una actriz? ¿Había salido de alguna obra de teatro? ¿Y qué hacía allí en aquella habitación de hospital que sin duda era la suya? Extrañamente la desconocida no parecía sentirse fuera de lugar.

-¿Quién eres?-preguntó y su voz sonó ronca y cansada.

La desconocida sonrió.

-Llámame Anais. 




miércoles, 19 de enero de 2011

El muñeco de la princesa

En su sexto cumpleaños la princesa recibió un regalo muy especial: un muñeco. Era una verdadera obra de arte: del tamaño de un niño, estaba fabricado con la más blanca de las porcelanas, su cabello fino, liso y corto era tan dorado como el sol y vestía un exquisito traje de terciopelo azul a juego con sus redondos y brillantes ojos de cristal.

La princesa que pasaba mucho tiempo sola debido al ajetreado trabajo de sus padres los reyes, lo convirtió en su inseparable compañero y lo bautizó con el nombre de Cristian. Lo sentaba a la mesa con ella a la hora de comer, desayunar y cenar, recibían juntos las clases, dormía con él entre sus brazos y siempre cuidaba de que estuviera limpio y bien peinado, e incluso le hacía trajes a mano y le contaba todos sus secretos. Pronto se convirtió en el único y mejor amigo de la princesa.

Sin embargo los años pasaron y el muñeco empezó a parecer más viejo y sucio, impropio de ser el juguete de una princesa. Pero cuando los reyes intentaron librarse de él prometiendole  regalarle un muñeco más nuevo y bonito a cambio, la princesa se negó en redondo y protegió a Cristian con su cuerpo y su llanto. E incluso cuando los sirvientes a escondidas intentaron tirarlo, la princesa lo recuperó de la misma basura y lo limpió y cuidó con sus propias manos.

El muñeco que había crecido querido por la princesa tomó vida aquella noche y comenzó a andar, hablar y comportarse como cualquier ser humano y con los años incluso llegó a crecer con la princesa. Y es que el muñeco era más que un juguete, era un golem cuyo corazón de piedra había sido calentado por el amor incondicional de la princesa y su enorme cariño a partir de los años le había insuflado vida, hasta que había sido capaz de despertar de su letargo de piedra.

Desde ese día en adelante la princesa nunca más estuvo sola y siempre tuvo un amigo incondicional a su lado. Y así se convertiría en una leyenda, la historia de la princesa que siempre iba acompañada por un apuesto hombre de piel pálida como la porcelana, cabello dorado como el sol y redondos y brillantes ojos azules como cristal, y del próspero y hermoso reino lleno de amor y paz que construyeron juntos.


domingo, 16 de enero de 2011

La princesa durmiente

Erase una vez, en un país lejano cuyo nombre nadie ya recuerda, una hermosa princesa de corazón puro e inocente que vivía pacífícamente en su castillo. Todos en la corte la querían e incluso los animales, las hadas y las criaturas del bosque la adoraban y buscaban su compañía. Sin embargo la princesa sabía que faltaba algo en su vida y se preguntaba que era hasta que un día lo encontró: el amor. 

Se enamoró perdidamente de un apuesto caballero que visitó el palacio y cuando este le ofreció acompañarlo cuando se fuera no dudó en dejarlo todo y seguir a su amado en sus viajes. Así la princesa vivió feliz dejando de ser una princesa y aunque todos en la corte la echaban en falta se alegraban de su fortuna.

Sin embargo el apuesto caballero una vez que hubo ganado fama y fortuna gracias a la amada y dulce princesa la abandonó en el bosque diciendo que nunca la había amado y que tan solo la había utilizado para alcanzar la grandeza. Devastada por la traición de la única persona a la que había amado la princesa perdió la capacidad de amar y su corazón quedó congelado e inservible. 

Las criaturas del bosque incapaces de soportar contemplar la destrucción del dulce e inocente corazón de la princesa que ahora era incapaz de amar decidieron echar un conjuro sobre ella. La sumirían en un profundo sueño del que no podría despertar hasta que apareciera el hombre que hubiera de amarla y podría descongelar su gélido corazón sin vida.

Así la hermosa princesa duerme eternamente con su corazón congelado en una cama de rosas protegida por sus espinas de aquel que quiera dañarla hasta que aparezca quien pueda derretir su corazón y enseñarle otra vez a amar.


Sleeping Beauty

I'm digging a hole into my heart
to bury my unrequitted love,
on the frozen coffin of my hopes
I´ll sleep a hundred years,
don't come my bright prince
and wake the eternal sleeping beauty
who has taken darkness as her lover
and sleeps now on oblivous eternity.

sábado, 15 de enero de 2011

ETÉREA: Prólogo

Bajo el hermoso cerezo en flor, bañada por los suaves pétalos mecidos por la brisa de primavera, una dama descansa con sus ojos cerrados y el rostro inexpresivo alzado al cielo grisaceo. Podría ser la más hermosa de las doncellas, de mediana estatura y delgada, frágil como una muñeca, con su piel pálida como las primeras nieves de invierno y el largo y ondulado cabello castaño esparcido suavemente como un abanico sobre la hierba, aún húmeda con el rocío de la mañana. Sus largas y oscuras pestañas permanecen inmóviles y apenas es perceptible el leve movimiento de su pecho.

El amanecer irrumpe en el pequeño claro y baña de lleno su atractiva figura, hermosa en el delicado vestido blanco de corte medieval. Si alguien la viera podría enamorarse en un instante de su belleza. Pero nadie puede verla, porque los espíritus no están hechos para ser percibidos por los ojos mortales y tendrá que seguir su solitaria existencia en el más absoluto de los silencios. Pero no hoy.

El viento arrastra el lejano sonido del mar, las olas al morir contra la arena, pero no hay ningún mar cerca. Con el suave ruido de las olas hace un caballero su misteriosa aparición. ¿O tal vez es él quien trae consigo el canto del océano? De la nada sus pies se posan sobre la tierra. Es hermoso y misterioso como una aparición. Alto y esbelto, el largo y sedoso cabello oscuro le cae suavemente sobre los hombros de la camisa blanca en contraste con la palidez innata de su piel. Sus rasgos son nobles: pómulos altos, nariz recta y finas cejas del color de la medianoche coronando unos alargados ojos grises como un cielo tormentoso. 

El hombre observa en mesmerizado silencio a la doncella durmiente bajo el cerezo y sonrie.

-No has cambiado nada, Anais- murmura absorto arrodillándose junto a ella- tan pura, inocente y descuidada como siempre.

Extiende la mano y suavemente, despacio, acaricia su sonrosada mejilla. Como si se hubiera roto un conjuro Anais abre los ojos y lo mira directamente con esa dulce y profunda mirada castaña que parece embeber su entorno. Se deja arrastrar por el torbellino de emociones reflejadas en aquella mirada: tristeza, felicidad, soledad, paz y sobretodo amor, un increíble amor que no ha perdido su esplendor con el paso de los siglos.

-Ellegard-susurra la mujer y de pronto, como si despertara de un largo sueño se yergue apoyando su espalda contra el cerezo- ¿Cuánto hace que has llegado?

Ellegard acaricia su cabello y enreda cariñosamente los dedos en los oscuros tirabuzones.

-Tranquila, acabo de llegar-responde con suavidad atrayéndola hacia sí- aunque me hubiera gustado contemplar por más tiempo tu hermoso rostro.

-No bromees con eso-interrumpe ella alarmada- quiero aprovechar el poco tiempo que tenemos para estar juntos

-En ese caso-Ellegard se inclina sobre ella y toma su delicado rostro entre sus manos- No perdamos tiempo.

Sus labios se posan sobre los de ella, al principio con suavidad y dulzura hasta que los sentimientos comienzan a aflorar apasionados y el beso se torao más profundo, más agresivo y confuso. Caen abrazados sobre la hierba húmeda con sus dedos entrelazados. Hubieran estado respirando fuerte si estuvieran vivos, pero la muerte te quita incluso ese privilegio, incluso el de oír el sonido desbocado de tu corazón enamorado.

Ambos saben que tan solo tienen un día, 24 horas para ellos y tan solo ellos. Es demasiado poco para contar las largas historias de un siglo, para expresar las emociones desbordantes que habían permanecido selladas en sus corazones solitarios, para empezar a compartir y a volver a comprenderse... tan solo les queda amarse desesperadamente hasta que el alba interrumpa el hechizo, la maldición de los amantes y aprovechar cada minuto como el último que es.

El amanecer interrumpe su encuentro cien años demasiado pronto para los enamorados que apenas han empezado a reencontrarse en brazos del otro, en los besos, las palabras, los suspiros...pero nunca las promesas. Ellegard alza la vista al sol que despierta con tristeza infinita acuarelada en sus ojos grises.

-Es la hora-dice innecesariamente, las palabras que ambos saben pero no desean oír.

-Debes irte- corrobora Anais con voz que trata desesperadamente de ser inexpresiva.

El lejano sonido de las olas regresa arrastrado con el viento mientras Ellegar se inclina una última vez para posar un beso en sus labios con ternura. Tiene el sabor amargo de la despedida.

-Volveré-susurra mientras el rugido del mar lo envuelve y su cuerpo comienza a fundirse en el amanecer. No es una promesa sino un hecho.

-Te estaré esperando- responde Anais como siempre, alargando la mano hacia la figura que desaparece envuelta en la caricia de las flores del cerezo-Qué son cien años más de espera para quien ya ha vagado durante siglos por estas tierras.

Su mano cae inerte sobre su regazo mirando con ojos vacíos el lugar donde Ellegard ha desaparecido hace apenas un instante.

-Que son cien años de soledad por poder estar unas horas contigo-repite doblándose sobre si misma.

Su mano temblorosa se aprieta con fuerza contra su pecho y contiene un sollozo mientras empieza a temblar y siente la calidez de las primeras lágrimas bañar sus rostro.

-Que son cien años más...-solloza. Las palabras parecen dejar de tener sentido- ¿Pero entonces por qué duele tanto?

Se deja caer al suelo vencida y deja que el viento y los pétalos rosados la mezan en su llanto.

Cien años de soledad y un solo día con tu ser amado es una dulce maldición para los enamorados.


martes, 11 de enero de 2011

Mi corazón no estaba preparado para quererte

Mi corazón no estaba preparado para quererte. Pero tú lo forzaste con tus besos, con tus bailes, con las dulces palabras al oído, con el licor de tus mentiras me emborrachaste para luego dejarme probar el infierno de la abstinencia, el amargo sabor de la soledad y la ansia de volver a alcanzarte.

Mi corazón no estaba preparado para quererte. Pero tu codicia no conoce límites y lo despertaste, el corazón puro e inocente de una niña que no está preparado para conocer los celos, el odio, la envidia, la roja pasión enardecida de las noches sin luna y los oscuros secretos que se esconden tras ella.

Mi corazón no estaba preparado para quererte. Pero nunca te importó y lo hiciste tuyo, retorciste la pura inocencia que solía vestir de blanco, ansiando todo cuanto no podías tener como siempre, bañándote en el impuro secreto de lo que nunca antes conociste y en vez de protegerlo lo tomaste, lo usaste, lo agotaste y una vez destruido lo tiraste.

Mi corazón no estaba preparado para quererte y aún así lo conquistaste y te quiso. Ahora es demasiado tarde para todo, incluso para arrepentirse. Y sigues hacia delante como si nunca nada fuera importante, sin mirar atrás al despojo que dejaste, a la tumba del blanco que asesinaste; porque sabes que si miras atrás al laberinto de traiciones que creaste, abanicándose en un oscuro amasijo de celos y envidias sin nombre, quedarás atrapado por siempre, incapaz de dar un paso para alejarte de este cementerio de marchitos sentimientos.


domingo, 2 de enero de 2011

Mil y una palabras de amor

Escribí mil y una palabras de amor
en una carta para ti
y la encerré en el fondo de un cajón
para no volverlo abrir.

En su lugar nuestras mentiras
se van grabando en el corazón,
engaños y fantasías
disfrazadas de algo mejor.

Porque no encuentro el valor
para confesarte todos mis sentimientos,
se van poco a poco marchitando
esperando a tu regreso
y que cuando aparto la vista
para no decir te quiero
espero que tus ojos me sigan
hasta el fin de nuestro encuentro.

Porque eres la luz que me ilumina
como a la luna el sol
eres el fuego que me ciega
y me quema el corazón.

Escribí mil y unas palabras de amor
en un barco de papel,
dejé que se lo llevara el mar
soñando con volverte a ver.

Y que quizás todas las palabras
que no te puedo decir
en una botella de agua salada
puedan llegar hasta ti.


Porque no encuentro el valor
para confesarte todos mis sentimientos,
porque pierdo las palabras
y dejo pasar el momento,
porque con una sola mirada
sentí como me desnudabas
y mirando a través de mi alma tuve miedo.

Porque eres la luz que me ilumina
como a la luna el sol
eres el fuego que me ciega
y me quema el corazón.

Escribí mil y una palabras de amor
en un avión de papel
y dejé que se lo llevara el viento
fingiendo que era sin querer.

Dejaré mi confesión a la suerte,
al destino que el viento eligió
si llegara a tus manos
sería un milagro disfrazado de amor.

Porque no encuentro el valor
para confesarte todos mis sentimientos,
cuando nuestros ojos se encuentran
los aparto corriendo
pero cuando te doy la espalda
tan solo espero que no apartes la vista
y mires como me alejo,
con mi corazón en una arista.

Porque eres la luz que me ilumina
como a la luna el sol
eres el fuego que me ciega
y me quema el corazón.

Cantaré mil y una palabras de amor
soñando con llegar a ti
y sentada bajo tu ventana
quiero creer que las podrás oír,
porque he encontrado el valor
para escribirte esta canción
con la esperanza perenne
de que te alcance todo mi amor
y aunque sé que soy exigente
por querer tanto de ti
intenta por favor comprenderme,
todo aquello que no puedo decir.

Tú que con una mirada
me atraviesas el corazón
y desnudas mi alma
sin tapujos ni rencor,
tú que me iluminas
como a la luna el sol,
tú, cuyo calor me ciega
y me quema la razón,
para ti son estas
mil y una palabras de amor.