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domingo, 6 de febrero de 2011

Diario de Una Mujer sin Burca 1

Ya lo profetizaron los mayas y los aztecas, el año 2012 sería El Fin del Mundo según unos y Un Cambio según otros. Si hay algo de verdad en esa vieja profecía hasta el día de hoy lo ignoro, pero sin duda aquel fue el año en que mi mundo se vino abajo y cambió irremediablemente para siempre el curso de mi vida.

Hasta entonces había vivido protegida en un capullo de seda. Ajena al mundo encerrada en mi cómoda vida de estudios y más estudios, sin pararme a considerar la situación del mundo ni las dificultades de la vida a mi alrededor. Todo aquello no me concernía encerrada como estaba en mi carrera y en mí misma, estancada en aquella etapa de mi vida. Probablemente prefería no saberlo, cerrar los ojos al mundo que poco a poco se iba consumiendo, protegida en mi crisálida con una falsa sensación de paz y tranquilidad.

Pero seguramente no era la única, a mi alrededor el mundo vivía igual que yo. Tal vez por ello la tragedia nos tomó a todos por sorpresa, como una aguja que explota de pronto la comodidad de nuestra burbuja y no somos capaces de actuar.

El conflicto comenzó en el norte de áfrica, peligrosamente cerca de nuestra casa y sin embargo, en lo que nosotros consideramos un mundo tan lejano que nunca podría tocarnos. Observamos desde fuera las guerras, las peleas y conflictos incapaces de comprender nada. Me pregunto si en aquel momento alguien lo vio venir. Probablemente no y si lo hizo sería como una idea alocada que cruza un instante tu mente y la rechazas al segundo siguiente como inconcebible para la paz de tu vida segura y tranquila, la vida que has vivido siempre. Tampoco creo que esperarlo hubiera cambiado nada.

Por ello nos tomó a todos por sorpresa cuando el conflicto escaló y de pronto cruzó el mediterráneo y llamó de lleno a nuestra puerta. No estábamos preparados para la guerra y el país cayó en apenas unos días sin presentar batalla. Y entonces el mundo se vino abajo, la famosa era contemporánea de la que todos estábamos tan orgullosos se derrumbó y regresó la oscuridad de una edad media que preferíamos no recordar. Las mujeres que habíamos vestido minifaldas sin preocupaciones, que incluso habíamos hecho topless sin vergüenza en la playa nos veíamos forzadas de pronto a llevar pañuelos en la cabeza, a no mostrar un solo cabello y a cubrirnos hasta el último palmo de piel. Mujeres profesionales forzadas a abandonar sus carreras y sus trabajos, a no ser nada, a perder sus vidas... todo en un instante, de un solo plumazo. El mundo se vino abajo tan rápido que hubo tiempo para asimilarlo, y tan sin sentido para nosotros que no fuimos capaces de comprenderlo.

Y sin embargo la tragedia no me sacudió de lleno hasta aquel innombrable día de mayo, el día en que mi vida terminó. Hombres y mujeres por igual se reunieron en la plaza tal y como dios los trajo al mundo para protestar, para luchar por sus derechos, para gritar al mundo que querían la libertad que habían perdido, la libertad para vestir como quisieran, para mostrar su piel que después de todo era suya, para proteger sus profesiones y sus creencias. Nadie se detuvo a escucharles. Los tanques rodearon la plaza y dispararon a matar. Los gritos se dispersaron en un baño de sangre y la libertad terminó tan pronto como había empezado. Los adoquines se tiñeron de rojo y en el mundo se hizo el silencio. Fue una masacre.

Tenía 21 años. Aquel día en aquella plaza lo perdí todo. A mis padres, a mis tías y tíos e incluso a mis amigos. Todo voló dejando tan solo un río de sangre, como si nunca hubieran existido. Aquel día yo también debería haber estado allí luchando por la libertad que nos había sido arrebatada y sin embargo me quedé en casa con la excusa de que tenía que estudiar, como siempre ajena a todo, al mundo que estaba a punto de derrumbarse. Puede que en alguna parte de mi alma presintiera el peligro, en un recodo de mi ferviente imaginación al que nunca hacía caso, y por ello decidiera no ir. Hasta el día de hoy no me lo perdono, no haber ido, no haber luchado porque no fueran y haber protegido lo que me importaba. Quedarme atrás como una cobarde, ocupando mi mente en pensar cosas triviales. Si aquellos que perdieron la vida en aquella plaza fueron héroes o necios hasta el día de hoy no lo sé. No creo que fueran conscientes del peligro que les acechaba cuando tomaron las calles sin miedo con sus ideales como único estandarte. Protegidos como siempre habíamos vivido, arrebujados en la paz de nuestras vidas alejadas de la guerra y la violencia, aquellos actos salvajes nos parecían una utopía lejana, una historia ficticia de un lejano país sin nombre. Hasta que la carnicería bañó nuestras calles y el país quedó mudo de espanto. Pero una cosa no voy a negarles a todos ellos, fueron valientes al morir luchando por sus ideales, demostraron un valor del que yo carecí, algo que admiraré siempre mientras lloro cada una de sus muertes.

Aquella noche en que lo perdí todo, sumergida en la incredulidad y la desesperación, fue la primera vez que publiqué mis pensamientos y protestas en internet bajo el nombre "Mujer sin Burca" poniendo en práctica un par de trucos que conocía para esconder mi identidad. Aquel pequeño acto de insurrección era todo a lo que me atrevía,mi único coraje. Siempre se me había dado bien la guerra de palabras y aunque no creía que mi voz fuera a ser escuchada, necesitaba gritar aunque fuera sin sonido en un frío mundo de ceros y unos. Entonces no podía sospechar que aquel pequeño discurso escrito, aquel amasijo de penas, gritos e ideales que escribí para desahogarme, no sería más que el comienzo de un movimiento liberal que sacudiría mi vida más de lo que podía imaginar.


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