Quererte vino de forma natural, como si mi corazón hubiera sido hecho a medida para alojarte. Fuiste un buen inquilino, llenaste todos mis vacíos e incluso suturaste mis desgarros. Poco a poco mis cicatrices empezaron incluso a parecerme bellas marcas de mi historia, como las arrugas de un libro que ha sido leído muchas veces o el desgastado marcapáginas que guarda sus hojas. Empecé a pensar que tal vez serías el hombre que no se cansara de leerme una y otra vez desde el principio hasta el final y que quizás volvieras a maravillarte con cada nuevo descubrimiento en cada una de tus lecturas. Quería convertirme en el culmen de la literatura, tu obra favorita, la única novela a la que siempre regresabas mientras las demás cogían polvo como recuerdos en tus estanterías. Fue entonces cuando comprendí que eras el lector para el que había estado escribiendo mis páginas.
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