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lunes, 22 de octubre de 2012

El Hilo Rojo 17: Bailando bajo la lluvia

Las horas se encadenaban unas tras otra y Rose yacía completamente despierta sobre la cama contemplando el juego de luces y sombras que danzaba sobre el techo. A lo lejos bramaba la tormenta, cada vez más y más cerca y más feroz. Con cada trueno se estremecía el mundo y Rose con él. Podía oler la humedad de la tierra, casi incluso la electricidad que cargaba el aire tras cada relámpago. Era sobrecogedor.

Si abría su mente cientos... miles de voces... las miles y miles de voces de los habitantes de la ciudad inundaban su mente y amenazaban con volverla loca. Requería un gran esfuerzo el aislar cada una de aquellas voces y separarse a si misma de ellas, pero si lo hacía y se concentraba en una podía oír incluso las conversaciones al pie de la calle. Era agotador. 

Otro trueno resonó en la distancia y Rose dio una patada molesta al edredón y se libró de él. Estaba claro que aquella noche no iba a lograr pegar ojo, no merecía la pena seguir intentándolo. Aunque por la hora ya debía de andar más cerca de la madrugada.

Se puso en pie lo más sigilosamente posible y aguzó los sentidos. Ni un solo sonido en la mansión aparte de los propios de una casa vieja: el crujido de un escalón, el suspiro del viento, el fru-fru de una cortina al mecerse... Ni rastro de sus guardianes aunque dadas las circunstancias dudaba que anduvieran muy lejos. Lo más probables es que hubieran montado guardia, una guardia sigilosa, cuan estatuas en una cripta. O que hubieran caído en ese estado de inconsciencia tan parecido a la muerte a la que ellos eufémicamente se referían como dormir. Después de todo también necesitarían recuperarse de la batalla, incluso habían perdido sangre que deberían de reponer. 

Rose se estremeció de nuevo pero esta vez no debido a la tormenta sino al recuerdo de unos colmillos afilados y el sabor nauseabundo de la espesa sangre roja. Sacudió la cabeza para espantar aquellos pensamientos. No podía vivir con el miedo infundado en el cuerpo.

Se acercó a la ventana. La alfombra ahogó el sonido de sus pies descalzos contra el suelo. Necesitaba aspirar una bocanada de aire. Se sentía aprisionada, cautiva de sus propios pensamientos, de las decenas de preguntas que revoloteaban incesantes en su mente.  Necesitaba aclararse las ideas.

Subió la persiana y abrió la ventana de par en par. Fuera la noche aún se cerraba sobre el mundo y resistía a dejar paso a la madrugada, el cielo encapotado no dejaba lugar al más mínimo rayo de luna, pero a pesar de la oscuridad imperante Rose distinguía cada detalle del jardín con toda claridad. La electricidad cargaba el aire y a lo lejos resonaba la tormenta aunque las primeras gotas de lluvia aún no habían alcanzado la ciudad. La tormenta había refrescado el calor bochornoso del verano y la humedad se adhería a su piel. 

Se apoyó sobre el alfeizar y se inclinó hacia delante aspirando una larga bocanada de aire. Abajo el césped parecía fresco y mullido. Una súbita asaltó la mente inquieta de la muchacha. Recordó el día en que la sangre de Cecil le había salvado la vida tras saltar de un quinto piso. ¿Qué no podría hacer la sangre de Innana? 

Antes de percatarse de lo que hacía se había subido al alfeizar y contemplaba el suelo dos pisos más abajo con interés. De pronto estaba absurdamente segura de que podía saltar y no sufrir ninguna consecuencia. 

"Estás loca, Rose"- la criticó la voz de su conciencia.

Pero no le prestó atención porque comenzaba a sentir el conocido cosquilleo de la emoción en la boca del estómago. Quería saberlo, hasta dónde era capaz de llegar. Quería saberlo, lo que podía hacer con su nuevo poder. Y estaba convencida de que un salto de dos pisos era un juego de niños. Lo sabía, simple e irracionalmente lo sabía.

"No bien sales de una situación de vida o muerte que te quieres meter en otra"

Rose acalló la voz de la razón en su mente. Contempló el césped fresco y mullido bajó su ventana a tan solo dos pisos de distancia, flexionó las rodillas y saltó. El tiempo se detuvo y Rose se vio suspendida en el aire. O mejor dicho, sus sentidos se agudizaron y extendieron más allá de la comprensión mortal del tiempo y fue consciente de cada detalle de su entorno. Como si el tiempo se hubiera ralentizado se dejó caer. No tenía nada que ver con la forma torpe en que se había lanzado de un quinto piso hacia unos días huyendo de Los Limpiadores segura de que iba a morir. Aquella forma de caer era suave, casi como si levitara, como si no pesara más que una pluma. Aunque sabía que en realidad no era más que una ilusión de sus nuevos y mejorados sentidos que hacía parecer que caía a cámara lenta. 

Sus pies descalzos se posaron con suavidad sobre el suelo, con elegancia felina. Ni siquiera sintió el impacto. Contuvo el aliento impresionada y alzó la vista a la ventana de su cuarto abierta de par en par. La ventana se mecía contra el viento. Había saltado dos pisos con la facilidad con que un niño salta un escalón. La verdad la golpeó con todas sus fuerzas. ¿Qué era aquel inmenso poder? ¿Por qué se lo había querido compartir Innana? ¿Quién era ella? Innana... el nombre jugueteó con alguna sinapsis de su memoria. Estaba segura de haber oído aquel nombre antes. ¿Pero dónde? Por más que intentaba recordarlo la memoria se le escurría. Pero ahora estaba convencida de que había algo más, algo importante que debía saber y se escapaba a su comprensión.

Un trueno resonó en la distancia y la primera gota de lluvia, gruesa y fría, restalló contra el suelo. Rose se echó a un lado para esquivar una nueva gota y para su sorpresa con un movimiento apenas perceptible lo logró. Levantó los ojos impresionada. La lluvia había empezado a caer precediendo a la tormenta que se acercaba y ante sus ojos asombrados las gotas parecían detenerse en el aire, ralentizar su caída y quedar suspendidas en el ambiente. Era otro efecto óptico de sus sentidos agudizados, podía distinguir perfectamente el trayecto de cada gota. 

Dio un paso al frente al tiempo que evitaba otra gota solo para que una segunda se estrellara contra su cabeza. Una risita tonta estuvo a punto de escapar sus labios. Aquello era divertido, predecir donde caería cada una de las gotas. ¿Cuántas sería capaz de esquivar? 

Antes de darse cuenta de lo que hacía se lanzó a aquel juego infantil. Girando sobre si misma, dando saltos hacia delante y hacia atrás, corriendo y deteniéndose de golpe mientras sentía las gotas repiquetear contra la piel desnuda de sus brazos, las gotas que se escapaban a sus sentidos o que no era lo bastante rápida para evitar. Era un como un baile ridículo e infantil pero la hacía sentir viva, un poco niña otra vez, y sin darse cuenta la lluvia comenzaba a lavar sus miedos, a arrastrar los malos recuerdos a un segundo plano menos importante. No fue consciente de lo tensa e inquieta que se había sentido hasta que sus músculos comenzaron a relajarse y una engañosa sensación de paz anegó su corazón.

"Qué extraño que ni Cecil ni Marcus hayan salido a regañarme"- pensó de pronto al tiempo que echaba un rápido vistazo al rededor casi esperando encontrar el rostro preocupado y consternado de un vampiro.

Pero no encontró nada y una gran realización la golpeó con sorpresa. Una certeza. ¡No la habían oído! ¡Había logrado engañar los sentidos vampíricos de sus guardianes! No solo era rápida y sus sentidos agudos sino que también sigilosa, tan silenciosa como un vampiro, lo suficiente para lograr lo imposible: pasar inadvertida para sus padres adoptivos.

Sintiendo de nuevo el cosquilleo de la emoción dio una nueva vuelta sobre si misma. Un relámpago iluminó el cielo de tonos azules y de pronto Rose se detuvo en seco. Porque iluminado por aquel pequeño instante de luz al otro lado de la calle, arropado por la falsa protección de una farola fundida, acababa de ver una figura alta y trajeada con un anticuado sombrero de bombín. Algo que ni siquiera sus nuevos y agudos sentidos habían logrado captar y que en lo que duró el relámpago volvió a desaparecer. Pero allí había estado, alto e inmutable, vestido completamente de negro. Un agente del destino.


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