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domingo, 15 de julio de 2012

8.- Madame La Laurie

Ni el fuerte calor de la mañana de verano lograba disipar la sensación fría que la visión del vampiro le había provocado. Un frío que le calaba hasta los huesos.

Hacía tiempo que había dejado atrás el café y a Carl con cara de consternación y llevaba un buen rato dando vueltas por el Casco Antiguo es busca del más diminuto rastro del vampiro. Sobraba decir que su búsqueda había sido del todo infructuosa. No le extrañó. Después de todo los bebedores de sangre eran los reyes del misterio, los secretos y el sigilo. Y más importante aún, tenían decenas de años, a veces incluso milenios, más de experiencia que ella. Pero nunca hacía daño intentarlo.

Se detuvo al final de un callejón que ya había recorrido por segunda vez en una hora y decidió dar finalmente su burdo intento de búsqueda por concluido. A su alrededor la ciudad comenzaba a despertar, las tiendas abrían sus puertas y mostraban sus escaparates y sus habitantes daban los primeros signos de vida. En un rato las calles se desbordarían con jóvenes de vacaciones, niños y turistas.

Barajó sus opciones.

Se debatió un largo instante entre regresar a casa a toda prisa y avisar a sus guardianes del nuevo visitante inesperado (A Marcus le disgustaba el timbre molesto del teléfono y había prohibido el uso de ninguno salvo caso de emergencia y creedme cuando digo que se refería a auténticas y peligrosas situaciones de vida o muerte) o continuar con la misión que la había hecho salir de casa esta mañana y encontrar a algún experto en dados dispuesto a revelarle el misterio de la cara en blanco. Finalmente se decidió por lo segundo.

Que a Marcus no le gustaran los teléfonos no quitaba para que Rose se hubiera agenciado el nuevo IPhone último modelo y Cecil se había asegurado que fuera el más caro, completo y aparatoso de la tienda. Como ya había dicho, ventajas de tener padres ricos. Lo sacó del bolso y se apresuró a hacer una rápida búsqueda por internet. Tras un momento de duda se decidió por teclear las palabras "Azar", "Pitonisa", "Vidente" y "Tarot" en Google junto al nombre de su ciudad. Le sorprendió constatar que había muchas más entradas de las que había esperado. Al parecer las predicciones dudosas del futuro eran un negocio más estable y económico de lo que cabía esperar. Buscó la que estuviera más cerca de allí y se decidió a probar suerte.

Uno pudiera pensar que alguien como Rose, tan extrañamente familiarizada con lo paranormal, estaría más al tanto de los adivinadores y demás charlatanes que hubiera sueltos por la ciudad. Pero nunca se había interesado en esas cosas, quizás por falta de interés o tal vez porque estaba convencida de que más de la mitad era un auténtico engañabobos para clientes crédulos. Y aun si hubiera uno genuino Rose prefería vivir sin conocer su futuro. En su opinión había una muy buena razón porque se decía que la ignorancia era la felicidad. Saber demasiado podía acarrear un sinnúmero de problemas y complicaciones relacionadas. Podía dar fe de ello.

Casi una hora y cinco pitonisas más tarde podía estar segura de que su primera impresión era cierta. Ni siquiera se había molestado en entrar en aquellos pequeños locales mal iluminados repletos de velas perfumadas y cristales... aparte del fuerte olor a incienso no había ni el más mínimo indicio de poder mágico. 

El sexto hizo saltar su detector de lo paranormal en modo de alarma. Alzó la vista del Google Maps por el que se había estado guiando y echó un vistazo alrededor. Se hallaba en el soleado patio trasero de un viejo conglomerado de apartamentos junto al río, en el límite entre la parte antigua de la ciudad y la más nueva. A parte de unos pocos arbustos, un par de bancos de pintura desconchada y una vieja tapia nada llamaba la atención. Haciendo esquina el pequeño establecimiento se distinguía en poco de los que había visitado previamente. Un escaparate de cristal repleto de cristales, cartas de Tarot y amuletos varios sobre fondo de terciopelo y una puerta cubierta por una larga cortina de cuencas de vidrio. Un gran letrero brillante sobre la entraba rezaba: "Madame La Laurie" Pero a pesar de su aspecto algo era diferente. El suave y burbujeante cosquilleo de la magia en el aire. Casi imperceptible pero indudablemente presente.

Echó un último vistazo dudoso al rededor y se decidió a probar suerte. Después de todo ya había llegado hasta allí y no tenía nada que perder. O al menos esperaba no perder nada importante. Sabía que algunos ocultistas gustaban de pedir partes corporales o fluidos humanos a cambio de sus favores. Contuvo un escalofrío y sacudió la idea lejos. "Madame La Laurie" parecía lo suficientemente común y humano para no entrañar grandes peligros para sus órganos. O eso esperaba.

Dio un paso adelante con decisión y abrió la puerta. Al instante el simpático tintineo de unos cascabeles llenó la estancia acompañado por el maullido perezoso de un gato. Apartó con una mano la cortina de cuencas de vidrio y se aventuró al interior. Era un local pequeño y limpio de suelo de azulejo y paredes blancas con estanterías repletas de figuritas, velas, cartas, dados, talismanes y demás artilugios que pudieras esperar encontrar en una tiendita de ocultismo como aquella. Nada aterrador y nada demasiado fuera de lugar. En realidad era un lugar bastante agradable a la vista. Sobre el mostrador de cristal junto a la caja registradora un enorme gato negro se desperezó al verla entrar y se sentó a lamerse debidamente la pata delantera. Sus redondos y brillantes ojos ambarinos la observaron en silencio y Rose se sintió misteriosamente embebida por ellos. Después abrió la boca y volvió a maullar.

-Ya voy, querido, ya voy- anunció una fuerte voz de mujer desde una puerta tras el mostrador- ¿Es un cliente? Deme solo un momento, en seguida estaré con usted.

Como si estuviera satisfecho con la respuesta el gato terminó de lavarse y con agilidad felina saltó al suelo. El enorme cascabel dorado que colgaba de su cuello con una cinta de terciopelo rojo tintineo y Rose no pudo apartar la mirada de él. El animal pasó a su lado como una exhalación, mientras lo hacía sus ojos volvieron a encontrarse un instante y conectaron, la mirada del felino asombrosamente inteligente, y la joven sintió un leve cosquilleo. Después desapareció por entre la cortina de cuencas al exterior y la muchacha lo perdió de vista.

-Ya estoy aquí, ya estoy aquí- Madame La Laurie hizo su aparición por la otra puerta de la tienda, la que suponía que daba al cuarto donde hacía las predicciones.

Era una mujerona ya bien entrada en los cincuenta, bajita y más bien rechoncha. Vestía una larga falda morada y una camisa que parecía haber sido cosida con distintos penachos de tela de colores dispares bajo un chaleco de color escarlata que hacía juego con su despeinada y corta mata de rizos teñidos de un rojo antinatural. Llevaba unas enormes gafas de pasta roja que hacían sus ojos verdes un par de veces más grande de lo que era natural y le daba cierto aspecto de búho. Completaba su atuendo con tantos colgantes, brazaletes, anillos y pulseras que cada vez que hacía un gesto todo su cuerpo comenzaba a tintinear.

Rose no pudo evitar preguntarse si aquel atuendo era parte de su trabajo o si la mujer realmente carecía de gusto para la ropa. Una cosa era segura, Madame La Laurie no dejaba a nadie indiferente. 


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