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viernes, 13 de julio de 2012

6- Rose

La madrugada la sorprendió hecha un ovillo bajo el edredón y con los ojos abiertos de par en par como un búho. No había logrado conciliar el sueño en toda la noche y no creía que al amanecer fuera a tener mejor suerte. Empezaba a lamentar su apresurada decisión de seguir a la Muerte en una tarde tan maravillosa de verano como la de ayer. Parecía que aquel pequeño capricho insensato había puesto en marcha la Rueda del Destino. No era bastante con que un hada muerta le hubiera echado los dados y encima la cara hubiera salido blanca, lo que no tenía ni idea de que significaba pero por alguna razón la hacía sentir inquieta. Estaba seguro que Los Limpiadores estarían buscándola y por si fuera poco la había visitado el Destino en plena noche.

Tal vez debería visitar algún experto en dados y azar. En toda la gran ciudad debía de haber al menos alguna pitonisa genuina y no un engañabobos para clientes ingenuos. Esos sí abundaban pero con el sexto sentido de Rose para lo paranormal suponía que no le costaría encontrar una fuente de fiar. El problema de las "Fuentes de Fiar" era que a pesar de que la información era fidedigna y no un engaño para mortales, el precio a pagar podía ser bastante alto. Como un ojo por ejemplo o una gota de sangre... y dios sabía que de cosas se podían hacer con una gota de sangre. Y pocas de ellas eran buenas. Eso por supuesto si existía un dios. Ella al menos nunca había visto uno y en sus dieciocho años había visto muchas cosas, la mayoría inexplicables para los simples mortales. Pero Rose no era una simple mortal aunque para ello tampoco tenía explicación. Alguien le había dicho una vez que su tercer ojo, ese que según dicen se encuentra en la frente entre los otros dos, estaba completamente abierto. La mayoría de las personas lo tienen completamente cerrado, hay quién lo puede abrir parcialmente de vez en cuando, pero en el caso de Rose era como otro ojo más, un ojo vigía y siempre alerta. Como el sexto sentido de un perro. Y ese ojo le permitía ver cosas que otros no veían, admirar ese otro universo fantástico que cohabitaba los recovecos oscuros del mundo mortal. Cosas que ni siquiera sus guardianes, sus adoptivos padres vampiros podrían nunca percibir. Cosas tales como la Muerte, los fantasmas o el mismo Destino. Cosas contra las que no se podía luchar y que la hacían sentir completamente desvalida e insignificante. Innegablemente mortal. 

Y a pesar de ser mortal Rose no era en absoluto corriente. Y tampoco había tenido una vida corriente. Eso saltaba a la vista. Adoptada y criada por dos vampiros desde que tenía memoria y con otros dos guardianes inmortales a los que no conocía, Rose había crecido intentando llevar una vida lo más común posible entre un sinfín de fenómenos paranormales. No era de extrañar que no tuviera muchos amigos, amigos humanos al menos, aunque había descubierto que hacer amigos con los inhumanos tampoco era tarea nada fácil. Era perfectamente consciente de que su misma existencia era antinatural, más antinatural aún que sus padres adoptivos chupasangre, y siempre vivía con ese pequeño temor a que los Limpiadores la encontraran, esa anormalidad en el Orden Natural de las cosas y decidieran limpiarla. Es decir, quitarla del mapa y devolver las cosas a su lugar original. Por suerte tenía unos poderosos guardaespaldas centenarios como "padres" más que dispuestos a protegerla y uno podría pensar que con semejantes guardianes Rose no tendría nada que temer. Pero había cosas en el universo que incluso escapaban al control de Marcus y Cecil, cosas que sus agudos sentidos no podían percibir, cosas que aun si pudieran percibirlas contra las que no podrían luchar... cosas tan antiguas y absolutas como la creación del mundo y puede que incluso el nacimiento del mismo Universo. Cosas como la Muerte y el Destino.

El recuerdo de El Destino sentado impecable en su traje y bombín negros observándola impasible desde la esquina de su habitación le provocó un escalofrío. Racionalmente pensó que era estúpido comportarse así, preocuparse por cosas inevitables que escapaban a su comprensión. Pero no podía evitarlo. Nunca le había gustado el Destino, la idea de que una fuerza ajena a ella controlara y decidiera su vida. Quería creer que con su propia voluntad podría coger las riendas de su propia existencia aunque sin duda alguien o algo superior a si misma hubiera preparado el escenario. Ella sería quien diera los pasos y decidiera que dirección tomar. Y por ahora podía empezar por reunir el valor para dejar de temblar y salir de la cama.

Reunió el suficiente para asomarse y aventurar un rápido vistazo a su dormitorio por entre las sábanas. Nada inusual. Los primeros rayos del amanecer se colaban por los resquicios de su persiana entre abierta y dibujaban los contornos de los objetos conocidos  en la penumbra de su habitación. La montaña de papeles sobre el escritorio, el portátil abierto al lado, la bola de ropa sobre la butaca, la silla de mimbre felizmente vacía junto a la ventana... Todo cotidiano y completamente normal. Respiró aliviada y sintió los latidos de su corazón ralentizarse. No había sido consciente de lo nerviosa que estaba hasta que la luz del día y la normalidad la habían tranquilizado. Sintió todos sus músculos relajarse y recobrar su habitual compostura. Aún así comprendió que no sería capaz de conciliar el sueño por hoy. Afuera amanecía un precioso y soleado día de verano que amenazaba con ser caluroso, un día ideal para levantarse temprano y salir a dar una vuelta por la ciudad en busca de algunas respuestas. Y de paso a ver si se le refrescaban las ideas.

Pateó el edredón a un lado sin muchos miramientos y tuvo que pelearse un momento con el nudo que se había hecho con las sábanas como protección. Una medida estúpida porque no es como si las criaturas sobrenaturales tuvieran un particular impedimento con atravesar sábanas, empezando con sus dos compañeros de piso. Pero era humana después de todo y era asombrosa la falsa seguridad que podían proporcionar un manojo de sábanas.

Cuando al fin se libró de su propia prisión de tela, puso los pies descalzos sobre el frío entarimado de madera y se dirigió hacia el baño. Lo primero en el orden del día era una buena ducha que la ayudara a despejarse y quitarse la capa de frío sudor que la recubría. 

El baño comunicaba cono su dormitorio y era enorme. Y lo mejor de todo, era suyo. Es decir, que nadie más que ella tenía derecho a usarlo. Era una de las ventajas de tener a vampiros centenarios e inmortales como tutores legales. Eran ricos, vivían en una gran mansión y nunca le faltaba de nada. De nada que fuera peligroso al menos. Es decir, que estaba enfrascada en una larga guerra fría con Marcus para que le permitiera tener un coche. Por ahora no había logrado grandes avanzas y estaba en proceso de replantear su estrategia. Aunque teniendo en cuenta lo que le había costado que le comprara una bicicleta la llevaba clara. Como ya había comentado Marcus era ligeramente sobreprotector y cualquier cosa que pudiera implicar un mínimo riesgo para la vida humana estaba fuera de límites. Lo cuál enumeraba ya una larga lista de objetos y experiencias. La vida humana era muy frágil a ojos de un inmortal y Rose quebradiza como un cristal. Le extrañaba que el vampiro moreno no la hubiera envuelto en algodón y metido en una caja aún "por su propia seguridad". Desventajas de tener un padre vampiro, imaginaba. No es como si conociera a alguien en su misma situación con quién poder hacer comparaciones.

Por suerte tenía a Cecil con una filosofía de la vida completamente diferente. Si Marcus la quería preservar lejos de todo peligro, Cecil era de la opinión de que el mejor método para estar a salvo era saber defenderse. Gracias a él Rose había conseguido su tan deseada bicicleta, había aprendido a andar en moto a los 16, se había sacado el carnet de conducir y había tomado clases de autodefensa y diversas artes marciales. Todo a espaldas de Marcus, por supuesto, porque el vampiro era temerario y aventurero pero lo bastante sensato para no hacer enfadar a su compañero y preservar intacta la paz de su extraño hogar.

Otra desventaja de haber crecido con inmortales era que eran tan endiabladamente hermosos que incluso para ella, que los había visto a diario desde antes de que tuviera memoria, era difícil resistirse. A comienzos de sus años mozos había tenido serios problemas intentando decidir quién de los dos sería un mejor partido para su primer gran amor platónico. Después había comprendido que un amante no-vivo no podía traer nada bueno y había tenido que aprender a mantener los latidos de su corazón a raya. Se había sentido preocupada por esos sentimientos no muy adecuados por sus "padres" hasta que en clase de filosofía les habían informado que el primer amor de toda mujer era su padre y el de todo hombre su madre. Por suerte era una etapa pasajera aunque siempre buscaríamos algún rastro de ese primer amor en nuestras parejas. Eso la preocupaba ligeramente. Esperaba que el parecido no fuera por el lado de "no ser mortal". Quien quiera que hubiera escrito esa teoría seguro que no había tenido la suerte de ser hija adoptiva de dos más que atractivos inmortales sino la cosa no le hubiera parecido tan sencilla. Sin embargo ya podía sentirse más tranquila por sus a veces descontrolados instintos electristas. Por suerte había aprendido a controlarlos. Por desgracia, debía echar la culpa a sus dos sexys padrastros de no haber encontrado aún ningún tipo de interés por ninguno de los chicos mortales de su edad. Le habían puesto el listón y las expectativas demasiado altas.

Abrió el grifo y dejó que corriera un poco el agua mientras se libraba del camisón empapado en sudor y hacía uso del inodoro. Después se metió bajo la ducha y permitió que el agua templada lavara sus preocupaciones. 

Ella era Rose. Le habían puesto el nombre en honor a la flor, una flor hermosa pero fuerte y llena de espinas que sabía protegerse. Ella era Rose, una rosa silvestre en aquel jardín salvaje que era su vida. Fuera lo que fuera que le deparara el destino tendría que estar preparado para sentir el mordisco de sus espinas. El futuro era suyo, así lo había decidido, y ni todos los Agentes del Destino del mundo podrían arrebatárselo.



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