El amanecer despuntaba el horizonte con un misterioso resplandor violáceo cuando Rose salió de casa. Tuvo una sensación extraña. Como si el mundo hubiera dado la vuelta y lo que contemplaba fuera el crepúsculo en vez de la madrugada. El cielo parecía haber sido acuerelado en tonos rosados y lilas por el pincel de la noche, casi como si se resistiera a marcharse y aleteara en el último suspiro de la mañana. Como si el día tocara a su fin en vez de a un comienzo. Como si el mundo empezara a decaer. Era una sensación en verdad extraña.
Por suerte cuando cruzó de puntillas la puerta del jardín y la cerró con cuidado a sus espaldas ningún vampiro hizo acto de presencia para preguntarle que narices estaba haciendo escapando sigilosa a la madrugada. Si sus padres adoptivos estaban fuera, dormidos o simplemente dejándola hacer lo que le diera la gana no lo sabía y francamente poco le importaba. Tan solo quería salir de allí y regresar a la realidad, sentir que tenía de nuevo en sus manos las riendas de su vida.
Decir que estaban fuera venía a ser un sinónimo de "estar de caza". Aunque Rose nunca lo hubiera visto era perfectamente conciente de en que consistía la dieta de sus guardianes y agradecía en secreto no ser parte de ella. Por otro lado, los vampiros no dormían sino que caían en una especie de estado catatónico cercano a la muerte; profundo, inmóvil y tan frío que uno pudiera confundirlos fácilmente con un cadáver. Ya que no dormían Rose suponía que aquel estado era su única escapatoria cuando les fallaban las fuerzas para seguir adelante. De una cosa estaba segura, no importa lo sigilosa que fuera o intentara ser jamás lograría escabullirse inadvertida a menos que ellos lo permitieran o no estuvieran en casa.
Despidió los pensamientos con una sacudida de cabeza y comprobó la hora en su viejo reloj de pulsera, más por costumbre que por necesidad. Era lo suficientemente temprano para no cruzarse con ningún vecino y no encontrar una tienda abierta. Por suerte aún tenía media hora a pie hasta el centro de la ciudad. Desventajas de vivir en la cima de una colina, en el barrio más rico y caprichoso de la capital. Pero en aquel momento le venía bien. Podía hacer un poco más de tiempo si se demoraba cruzando el parque antes de ir a desayunar a su cafetería favorita, "Lil' Madeleine". Se frotó las manos y sonrió por primera vez en toda la noche. Sonaba como un buen plan.
Rondaban las 8 de la mañana cuando llegó a "Lil' Madeleine ". Semioculto en la esquina de un estrecho callejón del Casco Antiguo de la ciudad, el pequeño café parecía salido directamente de la pagina de un cuento de hadas. Las grandes macetas desbordantes de hortensias rosas era lo primero que captaba la atención del caminante, como un sorprendente estallido de color en la penumbra de la calle. A través de un gran escaparate podías contemplar el simpático interior de suelo, paredes y techo blancos con molduras florales, cortinones rosas y mesitas y sillitas de madera pálida con cojines estampados que parecía haber cobrado vida de alguna vieja fiesta de té en el patio trasero de la casita de campo de una dama victoriana. Pero lo que cautivaba al espectador era el mostrador repleto de magdalenas de todos los colores y sabores imaginables, tartas, galletas, bizcochos y chucherías varias. Aquel espectáculo dulce era un festín para los sentidos y la razón por la que Rose se pasaba siempre que podía. Para satisfacer su instinto goloso.
Abrió la puerta y el alegre tintineo de una campanilla le dio la bienvenida. Al instante el fuerte aroma a café, chocolate y dulce la envolvió como un viejo amigo al que había echado demasiado en falta.
-Buenos días, Carl- saludó alegremente al chico que pasaba distraídamente un paño por la barra y se dirigió directamente a su lugar habitual, la pequeña mesita junto a la ventana desde donde tenía una vista privilegiada de la calle y el resto del local.
A pesar de la hora temprana un hombre fornido ya sorbía su café enfrascado en la lectura del periódico al fondo del establecimiento y dos jóvenes con aspecto de turistas charlaban animadamente sobre sus humeantes tazas de chocolate y sus magdalenas a medio comer. A primera vista podían parecer fuera de lugar en aquella cafetería más propia para princesas de Disney pero Rose sabía por experiencia que las delicias de "Lil' Madeleine" atraían a todo tipo de clientela.
Alzó la vista cuando alguien se detuvo a su lado. Carl le sonrió y sus redondos y brillantes ojos de chocolate chispearon. Su rostro redondo y lampiño parecía resistirse a dejar del todo la infancia atrás y su constitución menuda y el gracioso delantal de magdalenas de colores que siempre vestía acentuaban la sensación de encontrarse ante un hombre que aún era niño. Pero Rose sabía a ciencia cierta que Carl era mayor de lo que aparentaba. También sabía que no era del todo humano, aunque no hubiera podido explicar cómo lo sabía ni qué era en realidad. Si alguien le hubiera dicho que poseía sangre feérica o que era el descendiente de un duendecillo del bosque se lo hubiera creído. Lo que sí podía confirmar a ciencia cierta es que tenía una mano asombrosa para crear las bebidas e infusiones más sorprendentes, un viaje mágico para el paladar y los sentidos.
-¿Qué me has traído hoy?- le preguntó echando una miradita curiosa a la bandeja del camarero.
La sonrisa de Carl se ensanchó.
Era un juego que se traían. Cada vez que Rose lo visitaba el muchacho la sorprendía eligiendo un postre y creando una bebida exclusiva para él. Cada día tenía algo nuevo y la joven lo aguardaba expectante como una niña en la mañana de navidad.
- ¡Tachán!
Le presentó sobre la mesa un largo vaso con un espeso líquido blanco con estrías rosas coronado con un montículo de nata y un canuto de barquillo de fresa.
-Como hace calor he creado un refrescante batido de chocolate blanco y frambuesa ideal para empezar el día de forma refrescante- explicó con aquel leve acento que alargaba el final de las palabras que que nunca había podido identificar y Rose sintió como la boca se le hacía agua- el acompañante ideal para este delicioso cupcake de mousse de frambuesa gentileza de nuestro chef Senji.
El cupcake era una auténtica obra de arte de magdalena y mousse rosa coronada por una pequeña mariposa de azúcar que parecía dispuesta a echar a volar en cualquier instante. Sin más explicaciones hundió la cucharilla en el dulce y se lo llevó a la boca. Dejó que el sabor a frambuesa comenzara a deshacerse en su paladar antes de empezar a masticar lo complementó con un pequeño sorbo de la bebida. Dejó escapar un suspiro satisfecha.
-Excelente. Os habéis vuelto a lucir- exclamó. Carl sonreía abiertamente sin ocultar su orgullo y parecía literalmente flotar- ¿Puedo felicitar también al repostero?
Como si la hubiera oído (lo cuál no era difícil en el pequeño local) Senji asomó la cabeza desde la cocina y asintió en reconocimiento antes de volver a desaparecer. Costaba imaginar a un hombre más opuesto a Carl y más fuera de lugar en "Lil' Madeleine". Si Carl era menudo y aniñado, Senji era alto, delgado y estoico. Llevaba el lacio cabello oscuro siempre un poco más largo de la cuenta repeinado hacia atrás y habitualmente vestía un monocromático conjunto de zapatos, pantalones y camiseta negra que lo hacía ver inevitablemente ridículo en contraste con el pequeño delantal de flores que siempre se ponía para cocinar. Pero a pesar de su aspecto Senji era el corazón de la cafetería, el increíble creador de todos los postres que adornaban el mostrador y eran la denominación de origen del local.
Rose se llevó una nueva cucharada a la boca y comenzó a pensar como podía describir aquella sensación de frescor y dulzura que se deshacía en su lengua, pero justo en ese instante sonó la campanilla y Carl se apresuró a atender a sus nuevos clientes.
Se recostó en la silla y se dedicó a disfrutar de su desayuno sin prisas mientras contemplaba distraídamente a los transeúntes que iban y venían por el callejón. Aun con su lúgubre aspecto se encontraban en pleno centro de la ciudad, en la zona más antigua, histórica y cultural, y no era poca la gente que pasaba por allí.
Mientras sorbía la última gota de su batido la silueta alta y esbelta de un hombre le llamó la atención por el rabillo del ojo. Giró la cabeza para que entrara en su campo de visión al tiempo que él pasaba de largo frente al escaparate. Su mano se detuvo en el aire a medio camino de llevarse el vaso a los labios y por un momento se olvidó de todo lo demás. El hombre continuó su camino ajeno a ella por completo. Era alto y atlético y rondaría los 30 aunque su forma de vestir lo hacía parecer mayor. Una cazadora de cuero marrón con pelo blanco en el cuello a pesar del calor veraniego, un pañuelo azul marino anudado en torno a la garganta y una gorra de marinero sobre el cabello de un rubio tostado peinado hacia atrás. Aun con su extraño estilo era atractivo, muy atractivo de una forma madura, y más importante aún, era un vampiro. Un vampiro antiguo y poderoso. Muy poderoso. Rose lo podía sentir en el cosquilleo de cada poro de su piel, en cada vello que se erizaba a su paso, en el nervioso hormigueo que ascendía por su espina dorsal...
Dejó un billete sobre la mesa, recogió el bolso y se puso precipitadamente en pie. Salió del café casi a la carrera bajo la mirada sorprendida de Carl y se detuvo en medio de la calle. Miró a un lado y otro frenética buscando desesperada la espalda del hombre. Nada. Ni rastro. Parecía haber desaparecido en el aire. Se pasó una mano distraída por el cabello mientras se mordisqueaba el labio inferior nerviosa.
-Te has dejado el cambio- le dijo Carl con suavidad apareciendo a su lado. Al parecer la había seguido.
Rose aceptó las monedas que le tendía sin prestarle atención y murumró algo que esperaba que se pareciera a "gracias".
-Rose... ¿te encuentras bien? - preguntó el camarero despacio, su voz denotaba preocupación.
-Umm... Sí, claro, no te preocupes- contestó la muchacha automáticamente mientras sus ojos continuaban buscando frenéticamente la silueta del hombre- Solo... solo me ha parecido ver a... a alguien.
Pero su mente estaba lejos de allí, volaba hacia el misterioso desconocido.
Había un vampiro nuevo en la ciudad. Un vampiro antiguo y poderoso. Eso solo podía significar dos cosas: secretos o problemas. Y en experiencia de Rose con los vampiros probablemente significara una buena ración de los dos.
Por suerte cuando cruzó de puntillas la puerta del jardín y la cerró con cuidado a sus espaldas ningún vampiro hizo acto de presencia para preguntarle que narices estaba haciendo escapando sigilosa a la madrugada. Si sus padres adoptivos estaban fuera, dormidos o simplemente dejándola hacer lo que le diera la gana no lo sabía y francamente poco le importaba. Tan solo quería salir de allí y regresar a la realidad, sentir que tenía de nuevo en sus manos las riendas de su vida.
Decir que estaban fuera venía a ser un sinónimo de "estar de caza". Aunque Rose nunca lo hubiera visto era perfectamente conciente de en que consistía la dieta de sus guardianes y agradecía en secreto no ser parte de ella. Por otro lado, los vampiros no dormían sino que caían en una especie de estado catatónico cercano a la muerte; profundo, inmóvil y tan frío que uno pudiera confundirlos fácilmente con un cadáver. Ya que no dormían Rose suponía que aquel estado era su única escapatoria cuando les fallaban las fuerzas para seguir adelante. De una cosa estaba segura, no importa lo sigilosa que fuera o intentara ser jamás lograría escabullirse inadvertida a menos que ellos lo permitieran o no estuvieran en casa.
Despidió los pensamientos con una sacudida de cabeza y comprobó la hora en su viejo reloj de pulsera, más por costumbre que por necesidad. Era lo suficientemente temprano para no cruzarse con ningún vecino y no encontrar una tienda abierta. Por suerte aún tenía media hora a pie hasta el centro de la ciudad. Desventajas de vivir en la cima de una colina, en el barrio más rico y caprichoso de la capital. Pero en aquel momento le venía bien. Podía hacer un poco más de tiempo si se demoraba cruzando el parque antes de ir a desayunar a su cafetería favorita, "Lil' Madeleine". Se frotó las manos y sonrió por primera vez en toda la noche. Sonaba como un buen plan.
Rondaban las 8 de la mañana cuando llegó a "Lil' Madeleine ". Semioculto en la esquina de un estrecho callejón del Casco Antiguo de la ciudad, el pequeño café parecía salido directamente de la pagina de un cuento de hadas. Las grandes macetas desbordantes de hortensias rosas era lo primero que captaba la atención del caminante, como un sorprendente estallido de color en la penumbra de la calle. A través de un gran escaparate podías contemplar el simpático interior de suelo, paredes y techo blancos con molduras florales, cortinones rosas y mesitas y sillitas de madera pálida con cojines estampados que parecía haber cobrado vida de alguna vieja fiesta de té en el patio trasero de la casita de campo de una dama victoriana. Pero lo que cautivaba al espectador era el mostrador repleto de magdalenas de todos los colores y sabores imaginables, tartas, galletas, bizcochos y chucherías varias. Aquel espectáculo dulce era un festín para los sentidos y la razón por la que Rose se pasaba siempre que podía. Para satisfacer su instinto goloso.
Abrió la puerta y el alegre tintineo de una campanilla le dio la bienvenida. Al instante el fuerte aroma a café, chocolate y dulce la envolvió como un viejo amigo al que había echado demasiado en falta.
-Buenos días, Carl- saludó alegremente al chico que pasaba distraídamente un paño por la barra y se dirigió directamente a su lugar habitual, la pequeña mesita junto a la ventana desde donde tenía una vista privilegiada de la calle y el resto del local.
A pesar de la hora temprana un hombre fornido ya sorbía su café enfrascado en la lectura del periódico al fondo del establecimiento y dos jóvenes con aspecto de turistas charlaban animadamente sobre sus humeantes tazas de chocolate y sus magdalenas a medio comer. A primera vista podían parecer fuera de lugar en aquella cafetería más propia para princesas de Disney pero Rose sabía por experiencia que las delicias de "Lil' Madeleine" atraían a todo tipo de clientela.
Alzó la vista cuando alguien se detuvo a su lado. Carl le sonrió y sus redondos y brillantes ojos de chocolate chispearon. Su rostro redondo y lampiño parecía resistirse a dejar del todo la infancia atrás y su constitución menuda y el gracioso delantal de magdalenas de colores que siempre vestía acentuaban la sensación de encontrarse ante un hombre que aún era niño. Pero Rose sabía a ciencia cierta que Carl era mayor de lo que aparentaba. También sabía que no era del todo humano, aunque no hubiera podido explicar cómo lo sabía ni qué era en realidad. Si alguien le hubiera dicho que poseía sangre feérica o que era el descendiente de un duendecillo del bosque se lo hubiera creído. Lo que sí podía confirmar a ciencia cierta es que tenía una mano asombrosa para crear las bebidas e infusiones más sorprendentes, un viaje mágico para el paladar y los sentidos.
-¿Qué me has traído hoy?- le preguntó echando una miradita curiosa a la bandeja del camarero.
La sonrisa de Carl se ensanchó.
Era un juego que se traían. Cada vez que Rose lo visitaba el muchacho la sorprendía eligiendo un postre y creando una bebida exclusiva para él. Cada día tenía algo nuevo y la joven lo aguardaba expectante como una niña en la mañana de navidad.
- ¡Tachán!
Le presentó sobre la mesa un largo vaso con un espeso líquido blanco con estrías rosas coronado con un montículo de nata y un canuto de barquillo de fresa.
-Como hace calor he creado un refrescante batido de chocolate blanco y frambuesa ideal para empezar el día de forma refrescante- explicó con aquel leve acento que alargaba el final de las palabras que que nunca había podido identificar y Rose sintió como la boca se le hacía agua- el acompañante ideal para este delicioso cupcake de mousse de frambuesa gentileza de nuestro chef Senji.
El cupcake era una auténtica obra de arte de magdalena y mousse rosa coronada por una pequeña mariposa de azúcar que parecía dispuesta a echar a volar en cualquier instante. Sin más explicaciones hundió la cucharilla en el dulce y se lo llevó a la boca. Dejó que el sabor a frambuesa comenzara a deshacerse en su paladar antes de empezar a masticar lo complementó con un pequeño sorbo de la bebida. Dejó escapar un suspiro satisfecha.
-Excelente. Os habéis vuelto a lucir- exclamó. Carl sonreía abiertamente sin ocultar su orgullo y parecía literalmente flotar- ¿Puedo felicitar también al repostero?
Como si la hubiera oído (lo cuál no era difícil en el pequeño local) Senji asomó la cabeza desde la cocina y asintió en reconocimiento antes de volver a desaparecer. Costaba imaginar a un hombre más opuesto a Carl y más fuera de lugar en "Lil' Madeleine". Si Carl era menudo y aniñado, Senji era alto, delgado y estoico. Llevaba el lacio cabello oscuro siempre un poco más largo de la cuenta repeinado hacia atrás y habitualmente vestía un monocromático conjunto de zapatos, pantalones y camiseta negra que lo hacía ver inevitablemente ridículo en contraste con el pequeño delantal de flores que siempre se ponía para cocinar. Pero a pesar de su aspecto Senji era el corazón de la cafetería, el increíble creador de todos los postres que adornaban el mostrador y eran la denominación de origen del local.
Rose se llevó una nueva cucharada a la boca y comenzó a pensar como podía describir aquella sensación de frescor y dulzura que se deshacía en su lengua, pero justo en ese instante sonó la campanilla y Carl se apresuró a atender a sus nuevos clientes.
Se recostó en la silla y se dedicó a disfrutar de su desayuno sin prisas mientras contemplaba distraídamente a los transeúntes que iban y venían por el callejón. Aun con su lúgubre aspecto se encontraban en pleno centro de la ciudad, en la zona más antigua, histórica y cultural, y no era poca la gente que pasaba por allí.
Mientras sorbía la última gota de su batido la silueta alta y esbelta de un hombre le llamó la atención por el rabillo del ojo. Giró la cabeza para que entrara en su campo de visión al tiempo que él pasaba de largo frente al escaparate. Su mano se detuvo en el aire a medio camino de llevarse el vaso a los labios y por un momento se olvidó de todo lo demás. El hombre continuó su camino ajeno a ella por completo. Era alto y atlético y rondaría los 30 aunque su forma de vestir lo hacía parecer mayor. Una cazadora de cuero marrón con pelo blanco en el cuello a pesar del calor veraniego, un pañuelo azul marino anudado en torno a la garganta y una gorra de marinero sobre el cabello de un rubio tostado peinado hacia atrás. Aun con su extraño estilo era atractivo, muy atractivo de una forma madura, y más importante aún, era un vampiro. Un vampiro antiguo y poderoso. Muy poderoso. Rose lo podía sentir en el cosquilleo de cada poro de su piel, en cada vello que se erizaba a su paso, en el nervioso hormigueo que ascendía por su espina dorsal...
Dejó un billete sobre la mesa, recogió el bolso y se puso precipitadamente en pie. Salió del café casi a la carrera bajo la mirada sorprendida de Carl y se detuvo en medio de la calle. Miró a un lado y otro frenética buscando desesperada la espalda del hombre. Nada. Ni rastro. Parecía haber desaparecido en el aire. Se pasó una mano distraída por el cabello mientras se mordisqueaba el labio inferior nerviosa.
-Te has dejado el cambio- le dijo Carl con suavidad apareciendo a su lado. Al parecer la había seguido.
Rose aceptó las monedas que le tendía sin prestarle atención y murumró algo que esperaba que se pareciera a "gracias".
-Rose... ¿te encuentras bien? - preguntó el camarero despacio, su voz denotaba preocupación.
-Umm... Sí, claro, no te preocupes- contestó la muchacha automáticamente mientras sus ojos continuaban buscando frenéticamente la silueta del hombre- Solo... solo me ha parecido ver a... a alguien.
Pero su mente estaba lejos de allí, volaba hacia el misterioso desconocido.
Había un vampiro nuevo en la ciudad. Un vampiro antiguo y poderoso. Eso solo podía significar dos cosas: secretos o problemas. Y en experiencia de Rose con los vampiros probablemente significara una buena ración de los dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario