Buscar

miércoles, 18 de julio de 2012

Notas suspendidas en el tiempo


-Y para terminar el programa de hoy tenemos una petición especial. Un hombre quiere dedicar una canción a su primer amor y desearle que todo le esté yendo bien. Oh, qué romántico ¿verdad?

En la radio comienza a sonar una vieja melodía.

-Oh- exclama la mujer girándose hacia el aparato- Esta canción la compuso para mí.

Sus ojos se iluminan, como si cientos de recuerdos, ilusiones y promesas pendieran de su mirada.

-¿Quién?-pregunta la niña con voz cantarina.

La mujer pierde la vista en el infinito, en un lugar lejano que nadie alcanza, un pequeño paraíso que solo la pertenece a ella, y la pequeña se sienta en una silla muy atenta porque presiente que está a punto de escuchar una gran historia. La mujer tiene ese tipo de mirada.

-Mi primer amor-suspira.

Y sonríe pero parece sonreír al tiempo, al pasado que tan solo habita en sus recuerdos, a un viejo amor, al rostro de alguien que tan solo ella puede ver en su memoria, a una ilusión que como una fotografía nunca envejece ni se empaña. 

Mientras, la música llena la estancia, las notas quedan suspendidas en el aire como motas de polvo a contraluz y acompañan a la voz de la mujer cuando comienza a contar una historia... su historia... por primera vez en muchos años.


Ande

You walk away,
I can see the smile on your face
as you say goodbye
it's shining prettyly inside your eyes,
it's a promise
that I'll be seeing you again.

The rain drops,
the time stops
around a phonecall,
an unknown voice
tells me an unwanted truth.

Inside my heart
something painful breaks with a crack,
I feel the pain
like needles pricking inside shattering glass
and my world just falls apart

My voice responds
but my mind is unable to understand
and it keeps shouting "what?"
and the call breaks
and the phone drops
and the only thing I see
is the smile inside your eyes
drifting away,
saying "I'll see you again"

Andeeee ie
Andeeee ie ie

It can't be true,
It can't be true
that I won't be seeing you


Andeeee ie
Andeeee ie ie

Someone wake me up
before I fall apart,
someone tell me it's not true,
that I'll have you back


Andeeee ie
Andeeee ie ie

It can't be true,
it can't be true,
please someone say it isn't true


Andeeee ie
Andeeee ie ie
Ande ie ie ie ie

I closed my eyes
and look for you in my dreams,
you never came...

Before I wake up
I hear your voice calling for me,
I reach out my hand to touch your face
I open my eyes and you are nowhere
I can only caress the air


Andeeee ie
Andeeee ie ie

It can't be true,
It can't be true
that I won't be seeing you


Andeeee ie
Andeeee ie ie

Someone wake me up
before I fall apart,
someone tell me it's not true,
that I'll have you back


Andeeee ie
Andeeee ie ie

It can't be true,
it can't be true,
please someone say it isn't true


Andeeee ie
Andeeee ie ie

Please wake me up
to the world where you are


Andeeee ie
Andeeee ie ie

Please someone say it isn't true


Andeeee ie
Andeeee ie ie


Ande ie ie ie ie
Ande ie ie ie ie

Please... come back to me...








domingo, 15 de julio de 2012

8.- Madame La Laurie

Ni el fuerte calor de la mañana de verano lograba disipar la sensación fría que la visión del vampiro le había provocado. Un frío que le calaba hasta los huesos.

Hacía tiempo que había dejado atrás el café y a Carl con cara de consternación y llevaba un buen rato dando vueltas por el Casco Antiguo es busca del más diminuto rastro del vampiro. Sobraba decir que su búsqueda había sido del todo infructuosa. No le extrañó. Después de todo los bebedores de sangre eran los reyes del misterio, los secretos y el sigilo. Y más importante aún, tenían decenas de años, a veces incluso milenios, más de experiencia que ella. Pero nunca hacía daño intentarlo.

Se detuvo al final de un callejón que ya había recorrido por segunda vez en una hora y decidió dar finalmente su burdo intento de búsqueda por concluido. A su alrededor la ciudad comenzaba a despertar, las tiendas abrían sus puertas y mostraban sus escaparates y sus habitantes daban los primeros signos de vida. En un rato las calles se desbordarían con jóvenes de vacaciones, niños y turistas.

Barajó sus opciones.

Se debatió un largo instante entre regresar a casa a toda prisa y avisar a sus guardianes del nuevo visitante inesperado (A Marcus le disgustaba el timbre molesto del teléfono y había prohibido el uso de ninguno salvo caso de emergencia y creedme cuando digo que se refería a auténticas y peligrosas situaciones de vida o muerte) o continuar con la misión que la había hecho salir de casa esta mañana y encontrar a algún experto en dados dispuesto a revelarle el misterio de la cara en blanco. Finalmente se decidió por lo segundo.

Que a Marcus no le gustaran los teléfonos no quitaba para que Rose se hubiera agenciado el nuevo IPhone último modelo y Cecil se había asegurado que fuera el más caro, completo y aparatoso de la tienda. Como ya había dicho, ventajas de tener padres ricos. Lo sacó del bolso y se apresuró a hacer una rápida búsqueda por internet. Tras un momento de duda se decidió por teclear las palabras "Azar", "Pitonisa", "Vidente" y "Tarot" en Google junto al nombre de su ciudad. Le sorprendió constatar que había muchas más entradas de las que había esperado. Al parecer las predicciones dudosas del futuro eran un negocio más estable y económico de lo que cabía esperar. Buscó la que estuviera más cerca de allí y se decidió a probar suerte.

Uno pudiera pensar que alguien como Rose, tan extrañamente familiarizada con lo paranormal, estaría más al tanto de los adivinadores y demás charlatanes que hubiera sueltos por la ciudad. Pero nunca se había interesado en esas cosas, quizás por falta de interés o tal vez porque estaba convencida de que más de la mitad era un auténtico engañabobos para clientes crédulos. Y aun si hubiera uno genuino Rose prefería vivir sin conocer su futuro. En su opinión había una muy buena razón porque se decía que la ignorancia era la felicidad. Saber demasiado podía acarrear un sinnúmero de problemas y complicaciones relacionadas. Podía dar fe de ello.

Casi una hora y cinco pitonisas más tarde podía estar segura de que su primera impresión era cierta. Ni siquiera se había molestado en entrar en aquellos pequeños locales mal iluminados repletos de velas perfumadas y cristales... aparte del fuerte olor a incienso no había ni el más mínimo indicio de poder mágico. 

El sexto hizo saltar su detector de lo paranormal en modo de alarma. Alzó la vista del Google Maps por el que se había estado guiando y echó un vistazo alrededor. Se hallaba en el soleado patio trasero de un viejo conglomerado de apartamentos junto al río, en el límite entre la parte antigua de la ciudad y la más nueva. A parte de unos pocos arbustos, un par de bancos de pintura desconchada y una vieja tapia nada llamaba la atención. Haciendo esquina el pequeño establecimiento se distinguía en poco de los que había visitado previamente. Un escaparate de cristal repleto de cristales, cartas de Tarot y amuletos varios sobre fondo de terciopelo y una puerta cubierta por una larga cortina de cuencas de vidrio. Un gran letrero brillante sobre la entraba rezaba: "Madame La Laurie" Pero a pesar de su aspecto algo era diferente. El suave y burbujeante cosquilleo de la magia en el aire. Casi imperceptible pero indudablemente presente.

Echó un último vistazo dudoso al rededor y se decidió a probar suerte. Después de todo ya había llegado hasta allí y no tenía nada que perder. O al menos esperaba no perder nada importante. Sabía que algunos ocultistas gustaban de pedir partes corporales o fluidos humanos a cambio de sus favores. Contuvo un escalofrío y sacudió la idea lejos. "Madame La Laurie" parecía lo suficientemente común y humano para no entrañar grandes peligros para sus órganos. O eso esperaba.

Dio un paso adelante con decisión y abrió la puerta. Al instante el simpático tintineo de unos cascabeles llenó la estancia acompañado por el maullido perezoso de un gato. Apartó con una mano la cortina de cuencas de vidrio y se aventuró al interior. Era un local pequeño y limpio de suelo de azulejo y paredes blancas con estanterías repletas de figuritas, velas, cartas, dados, talismanes y demás artilugios que pudieras esperar encontrar en una tiendita de ocultismo como aquella. Nada aterrador y nada demasiado fuera de lugar. En realidad era un lugar bastante agradable a la vista. Sobre el mostrador de cristal junto a la caja registradora un enorme gato negro se desperezó al verla entrar y se sentó a lamerse debidamente la pata delantera. Sus redondos y brillantes ojos ambarinos la observaron en silencio y Rose se sintió misteriosamente embebida por ellos. Después abrió la boca y volvió a maullar.

-Ya voy, querido, ya voy- anunció una fuerte voz de mujer desde una puerta tras el mostrador- ¿Es un cliente? Deme solo un momento, en seguida estaré con usted.

Como si estuviera satisfecho con la respuesta el gato terminó de lavarse y con agilidad felina saltó al suelo. El enorme cascabel dorado que colgaba de su cuello con una cinta de terciopelo rojo tintineo y Rose no pudo apartar la mirada de él. El animal pasó a su lado como una exhalación, mientras lo hacía sus ojos volvieron a encontrarse un instante y conectaron, la mirada del felino asombrosamente inteligente, y la joven sintió un leve cosquilleo. Después desapareció por entre la cortina de cuencas al exterior y la muchacha lo perdió de vista.

-Ya estoy aquí, ya estoy aquí- Madame La Laurie hizo su aparición por la otra puerta de la tienda, la que suponía que daba al cuarto donde hacía las predicciones.

Era una mujerona ya bien entrada en los cincuenta, bajita y más bien rechoncha. Vestía una larga falda morada y una camisa que parecía haber sido cosida con distintos penachos de tela de colores dispares bajo un chaleco de color escarlata que hacía juego con su despeinada y corta mata de rizos teñidos de un rojo antinatural. Llevaba unas enormes gafas de pasta roja que hacían sus ojos verdes un par de veces más grande de lo que era natural y le daba cierto aspecto de búho. Completaba su atuendo con tantos colgantes, brazaletes, anillos y pulseras que cada vez que hacía un gesto todo su cuerpo comenzaba a tintinear.

Rose no pudo evitar preguntarse si aquel atuendo era parte de su trabajo o si la mujer realmente carecía de gusto para la ropa. Una cosa era segura, Madame La Laurie no dejaba a nadie indiferente. 


sábado, 14 de julio de 2012

7.- Un encuentro

El amanecer despuntaba el horizonte con un misterioso resplandor violáceo cuando Rose salió de casa. Tuvo una sensación extraña. Como si el mundo hubiera dado la vuelta y lo que contemplaba fuera el crepúsculo en vez de la madrugada. El cielo parecía haber sido acuerelado en tonos rosados y lilas por el pincel de la noche, casi como si se resistiera a marcharse y aleteara en el último suspiro de la mañana. Como si el día tocara a su fin en vez de a un comienzo. Como si el mundo empezara a decaer. Era una sensación en verdad extraña.

Por suerte cuando cruzó de puntillas la puerta del jardín  y la cerró con cuidado a sus espaldas ningún vampiro hizo acto de presencia para preguntarle que narices estaba haciendo escapando sigilosa a la madrugada. Si sus padres adoptivos estaban fuera, dormidos o simplemente dejándola hacer lo que le diera la gana no lo sabía y francamente poco le importaba. Tan solo quería salir de allí y regresar a la realidad, sentir que tenía de nuevo en sus manos las riendas de su vida.

Decir que estaban fuera venía a ser un sinónimo de "estar de caza". Aunque Rose nunca lo hubiera visto era perfectamente conciente de en que consistía la dieta de sus guardianes y agradecía en secreto no ser parte de ella. Por otro lado, los vampiros no dormían sino que caían en una especie de estado catatónico cercano a la muerte; profundo, inmóvil y tan frío que uno pudiera confundirlos fácilmente con un cadáver. Ya que no dormían Rose suponía que aquel estado era su única escapatoria cuando les fallaban las fuerzas para seguir adelante. De una cosa estaba segura, no importa lo sigilosa que fuera o intentara ser jamás lograría escabullirse inadvertida a menos que ellos lo permitieran o no estuvieran en casa.

Despidió los pensamientos con una sacudida de cabeza y comprobó la hora en su viejo reloj de pulsera, más por costumbre que por necesidad. Era lo suficientemente temprano para no cruzarse con ningún vecino y no encontrar una tienda abierta. Por suerte aún tenía media hora a pie hasta el centro de la ciudad. Desventajas de vivir en la cima de una colina, en el barrio más rico y caprichoso de la capital. Pero en aquel momento le venía bien. Podía hacer un poco más de tiempo si se demoraba cruzando el parque antes de ir a desayunar a su cafetería favorita, "Lil' Madeleine". Se frotó las manos y sonrió por primera vez en toda la noche. Sonaba como un buen plan.

Rondaban las 8 de la mañana cuando llegó a "Lil'  Madeleine ". Semioculto en la esquina de un estrecho callejón del Casco Antiguo de la ciudad, el pequeño café parecía salido directamente de la pagina de un cuento de hadas. Las grandes macetas desbordantes de hortensias rosas era lo primero que captaba la atención del caminante, como un sorprendente estallido de color en la penumbra de la calle. A través de un gran escaparate podías contemplar el simpático interior de suelo, paredes y techo blancos con molduras florales, cortinones rosas y mesitas y sillitas de madera pálida con cojines estampados que parecía haber cobrado vida de alguna vieja fiesta de té en el patio trasero de la casita de campo de una dama victoriana. Pero lo que cautivaba al espectador era el mostrador repleto de magdalenas de todos los colores y sabores imaginables, tartas, galletas, bizcochos y chucherías varias. Aquel espectáculo dulce era un festín para los sentidos y la razón por la que Rose se pasaba siempre que podía. Para satisfacer su instinto goloso.

Abrió la puerta y el alegre tintineo de una campanilla le dio la bienvenida. Al instante el fuerte aroma a café, chocolate y dulce la envolvió como un viejo amigo al que había echado demasiado en falta.

-Buenos días, Carl- saludó alegremente al chico que pasaba distraídamente un paño por la barra y se dirigió directamente a su lugar habitual, la pequeña mesita junto a la ventana desde donde tenía una vista privilegiada de la calle y el resto del local.

A pesar de la hora temprana un hombre fornido ya sorbía su café enfrascado en la lectura del periódico al  fondo del establecimiento y dos jóvenes con aspecto de turistas charlaban animadamente sobre sus humeantes tazas de chocolate y sus magdalenas a medio comer. A primera vista podían parecer fuera de lugar en aquella cafetería más propia para princesas de Disney pero Rose sabía por experiencia que las delicias de "Lil' Madeleine" atraían a todo tipo de clientela.

Alzó la vista cuando alguien se detuvo a su lado. Carl le sonrió y sus redondos y brillantes ojos de chocolate chispearon. Su rostro redondo y lampiño parecía resistirse a dejar del todo la infancia atrás y su constitución menuda y el gracioso delantal de magdalenas de colores que siempre vestía acentuaban la sensación de encontrarse ante un hombre que aún era niño. Pero Rose sabía a ciencia cierta que Carl era mayor de lo que aparentaba. También sabía que no era del todo humano, aunque no hubiera podido explicar cómo lo sabía ni qué era en realidad. Si alguien le hubiera dicho que poseía sangre feérica o que era el descendiente de un duendecillo del bosque se lo hubiera creído. Lo que sí podía confirmar a ciencia cierta es que tenía una mano asombrosa para crear las bebidas e infusiones más sorprendentes, un viaje mágico para el paladar y los sentidos.

-¿Qué me has traído hoy?- le preguntó echando una miradita curiosa a la bandeja del camarero.

La sonrisa de Carl se ensanchó.

Era un juego que se traían. Cada vez que Rose lo visitaba el muchacho la sorprendía eligiendo un postre y creando una bebida exclusiva para él. Cada día tenía algo nuevo y la joven lo aguardaba expectante como una niña en la mañana de navidad.

- ¡Tachán!

Le presentó sobre la mesa un largo vaso con un espeso líquido blanco con estrías rosas coronado con un montículo de nata y un canuto de barquillo de fresa.

-Como hace calor he creado un refrescante batido de chocolate blanco y frambuesa ideal para empezar el día de forma refrescante- explicó con aquel leve acento que alargaba el final de las palabras que que nunca había podido identificar y Rose sintió como la boca se le hacía agua- el acompañante ideal para este delicioso cupcake de mousse de frambuesa gentileza de nuestro chef  Senji.

El cupcake era una auténtica obra de arte de magdalena y mousse rosa coronada por una pequeña mariposa de azúcar que parecía dispuesta a echar a volar en cualquier instante. Sin más explicaciones hundió la cucharilla en el dulce y se lo llevó a la boca. Dejó que el sabor a frambuesa comenzara a deshacerse en su paladar antes de empezar a masticar lo complementó con un pequeño sorbo de la bebida. Dejó escapar un suspiro satisfecha.

-Excelente. Os habéis vuelto a lucir- exclamó. Carl sonreía abiertamente sin ocultar su orgullo y parecía literalmente flotar- ¿Puedo felicitar también al repostero?

Como si la hubiera oído (lo cuál no era difícil en el pequeño local) Senji asomó la cabeza desde la cocina y asintió en reconocimiento antes de volver a desaparecer. Costaba imaginar a un hombre más opuesto a Carl y más fuera de lugar en "Lil'  Madeleine". Si Carl era menudo y aniñado, Senji era alto, delgado y estoico. Llevaba el lacio cabello oscuro siempre un poco más largo de la cuenta repeinado hacia atrás y habitualmente vestía un monocromático conjunto de zapatos, pantalones y camiseta negra que lo hacía ver inevitablemente ridículo en contraste con el pequeño delantal de flores que siempre se ponía para cocinar. Pero a pesar de su aspecto Senji era el corazón de la cafetería, el increíble creador de todos los postres que adornaban el mostrador y eran la denominación de origen del local.

Rose se llevó una nueva cucharada a la boca y comenzó a pensar como podía describir aquella sensación de frescor y dulzura que se deshacía en su lengua, pero justo en ese instante sonó la campanilla y Carl se apresuró a atender a sus nuevos clientes.

Se recostó en la silla y se dedicó a disfrutar de su desayuno sin prisas mientras contemplaba distraídamente a los transeúntes que iban y venían por el callejón. Aun con su lúgubre aspecto se encontraban en pleno centro de la ciudad, en la zona más antigua, histórica y cultural, y no era poca la gente que pasaba por allí.

Mientras sorbía la última gota de su batido la silueta alta y esbelta de un hombre le llamó la atención por el rabillo del ojo. Giró la cabeza para que entrara en su campo de visión al tiempo que él pasaba de largo frente al escaparate. Su mano se detuvo en el aire a medio camino de llevarse el vaso a los labios y por un momento se olvidó de todo lo demás. El hombre continuó su camino ajeno a ella por completo. Era alto y atlético y rondaría los 30 aunque su forma de vestir lo hacía parecer mayor. Una cazadora de cuero marrón con pelo blanco en el cuello a pesar del calor veraniego, un pañuelo azul marino anudado en torno a la garganta y una gorra de marinero sobre el cabello de un rubio tostado peinado hacia atrás. Aun con su extraño estilo era atractivo, muy atractivo de una forma madura, y más importante aún, era un vampiro. Un vampiro antiguo y poderoso. Muy poderoso. Rose lo podía sentir en el cosquilleo de cada poro de su piel, en cada vello que se erizaba a su paso, en el nervioso hormigueo que ascendía por su espina dorsal...

Dejó un billete sobre la mesa, recogió el bolso y se puso precipitadamente en pie. Salió del café casi a la carrera bajo la mirada sorprendida de Carl y se detuvo en medio de la calle. Miró a un lado y otro frenética buscando desesperada la espalda del hombre. Nada. Ni rastro. Parecía haber desaparecido en el aire. Se pasó una mano distraída por el cabello mientras se mordisqueaba el labio inferior nerviosa.

-Te has dejado el cambio- le dijo Carl con suavidad apareciendo a su lado. Al parecer la había seguido.

Rose aceptó las monedas que le tendía sin prestarle atención y murumró algo que esperaba que se pareciera a "gracias".

-Rose... ¿te encuentras bien? - preguntó el camarero despacio, su voz denotaba preocupación.

-Umm... Sí, claro, no te preocupes- contestó la muchacha automáticamente mientras sus ojos continuaban buscando frenéticamente la silueta del hombre- Solo... solo me ha parecido ver a... a alguien.

Pero su mente estaba lejos de allí, volaba hacia el misterioso desconocido.

Había un vampiro nuevo en la ciudad. Un vampiro antiguo y poderoso. Eso solo podía significar dos cosas: secretos o problemas. Y en experiencia de Rose con los vampiros probablemente significara una buena ración de los dos.


viernes, 13 de julio de 2012

6- Rose

La madrugada la sorprendió hecha un ovillo bajo el edredón y con los ojos abiertos de par en par como un búho. No había logrado conciliar el sueño en toda la noche y no creía que al amanecer fuera a tener mejor suerte. Empezaba a lamentar su apresurada decisión de seguir a la Muerte en una tarde tan maravillosa de verano como la de ayer. Parecía que aquel pequeño capricho insensato había puesto en marcha la Rueda del Destino. No era bastante con que un hada muerta le hubiera echado los dados y encima la cara hubiera salido blanca, lo que no tenía ni idea de que significaba pero por alguna razón la hacía sentir inquieta. Estaba seguro que Los Limpiadores estarían buscándola y por si fuera poco la había visitado el Destino en plena noche.

Tal vez debería visitar algún experto en dados y azar. En toda la gran ciudad debía de haber al menos alguna pitonisa genuina y no un engañabobos para clientes ingenuos. Esos sí abundaban pero con el sexto sentido de Rose para lo paranormal suponía que no le costaría encontrar una fuente de fiar. El problema de las "Fuentes de Fiar" era que a pesar de que la información era fidedigna y no un engaño para mortales, el precio a pagar podía ser bastante alto. Como un ojo por ejemplo o una gota de sangre... y dios sabía que de cosas se podían hacer con una gota de sangre. Y pocas de ellas eran buenas. Eso por supuesto si existía un dios. Ella al menos nunca había visto uno y en sus dieciocho años había visto muchas cosas, la mayoría inexplicables para los simples mortales. Pero Rose no era una simple mortal aunque para ello tampoco tenía explicación. Alguien le había dicho una vez que su tercer ojo, ese que según dicen se encuentra en la frente entre los otros dos, estaba completamente abierto. La mayoría de las personas lo tienen completamente cerrado, hay quién lo puede abrir parcialmente de vez en cuando, pero en el caso de Rose era como otro ojo más, un ojo vigía y siempre alerta. Como el sexto sentido de un perro. Y ese ojo le permitía ver cosas que otros no veían, admirar ese otro universo fantástico que cohabitaba los recovecos oscuros del mundo mortal. Cosas que ni siquiera sus guardianes, sus adoptivos padres vampiros podrían nunca percibir. Cosas tales como la Muerte, los fantasmas o el mismo Destino. Cosas contra las que no se podía luchar y que la hacían sentir completamente desvalida e insignificante. Innegablemente mortal. 

Y a pesar de ser mortal Rose no era en absoluto corriente. Y tampoco había tenido una vida corriente. Eso saltaba a la vista. Adoptada y criada por dos vampiros desde que tenía memoria y con otros dos guardianes inmortales a los que no conocía, Rose había crecido intentando llevar una vida lo más común posible entre un sinfín de fenómenos paranormales. No era de extrañar que no tuviera muchos amigos, amigos humanos al menos, aunque había descubierto que hacer amigos con los inhumanos tampoco era tarea nada fácil. Era perfectamente consciente de que su misma existencia era antinatural, más antinatural aún que sus padres adoptivos chupasangre, y siempre vivía con ese pequeño temor a que los Limpiadores la encontraran, esa anormalidad en el Orden Natural de las cosas y decidieran limpiarla. Es decir, quitarla del mapa y devolver las cosas a su lugar original. Por suerte tenía unos poderosos guardaespaldas centenarios como "padres" más que dispuestos a protegerla y uno podría pensar que con semejantes guardianes Rose no tendría nada que temer. Pero había cosas en el universo que incluso escapaban al control de Marcus y Cecil, cosas que sus agudos sentidos no podían percibir, cosas que aun si pudieran percibirlas contra las que no podrían luchar... cosas tan antiguas y absolutas como la creación del mundo y puede que incluso el nacimiento del mismo Universo. Cosas como la Muerte y el Destino.

El recuerdo de El Destino sentado impecable en su traje y bombín negros observándola impasible desde la esquina de su habitación le provocó un escalofrío. Racionalmente pensó que era estúpido comportarse así, preocuparse por cosas inevitables que escapaban a su comprensión. Pero no podía evitarlo. Nunca le había gustado el Destino, la idea de que una fuerza ajena a ella controlara y decidiera su vida. Quería creer que con su propia voluntad podría coger las riendas de su propia existencia aunque sin duda alguien o algo superior a si misma hubiera preparado el escenario. Ella sería quien diera los pasos y decidiera que dirección tomar. Y por ahora podía empezar por reunir el valor para dejar de temblar y salir de la cama.

Reunió el suficiente para asomarse y aventurar un rápido vistazo a su dormitorio por entre las sábanas. Nada inusual. Los primeros rayos del amanecer se colaban por los resquicios de su persiana entre abierta y dibujaban los contornos de los objetos conocidos  en la penumbra de su habitación. La montaña de papeles sobre el escritorio, el portátil abierto al lado, la bola de ropa sobre la butaca, la silla de mimbre felizmente vacía junto a la ventana... Todo cotidiano y completamente normal. Respiró aliviada y sintió los latidos de su corazón ralentizarse. No había sido consciente de lo nerviosa que estaba hasta que la luz del día y la normalidad la habían tranquilizado. Sintió todos sus músculos relajarse y recobrar su habitual compostura. Aún así comprendió que no sería capaz de conciliar el sueño por hoy. Afuera amanecía un precioso y soleado día de verano que amenazaba con ser caluroso, un día ideal para levantarse temprano y salir a dar una vuelta por la ciudad en busca de algunas respuestas. Y de paso a ver si se le refrescaban las ideas.

Pateó el edredón a un lado sin muchos miramientos y tuvo que pelearse un momento con el nudo que se había hecho con las sábanas como protección. Una medida estúpida porque no es como si las criaturas sobrenaturales tuvieran un particular impedimento con atravesar sábanas, empezando con sus dos compañeros de piso. Pero era humana después de todo y era asombrosa la falsa seguridad que podían proporcionar un manojo de sábanas.

Cuando al fin se libró de su propia prisión de tela, puso los pies descalzos sobre el frío entarimado de madera y se dirigió hacia el baño. Lo primero en el orden del día era una buena ducha que la ayudara a despejarse y quitarse la capa de frío sudor que la recubría. 

El baño comunicaba cono su dormitorio y era enorme. Y lo mejor de todo, era suyo. Es decir, que nadie más que ella tenía derecho a usarlo. Era una de las ventajas de tener a vampiros centenarios e inmortales como tutores legales. Eran ricos, vivían en una gran mansión y nunca le faltaba de nada. De nada que fuera peligroso al menos. Es decir, que estaba enfrascada en una larga guerra fría con Marcus para que le permitiera tener un coche. Por ahora no había logrado grandes avanzas y estaba en proceso de replantear su estrategia. Aunque teniendo en cuenta lo que le había costado que le comprara una bicicleta la llevaba clara. Como ya había comentado Marcus era ligeramente sobreprotector y cualquier cosa que pudiera implicar un mínimo riesgo para la vida humana estaba fuera de límites. Lo cuál enumeraba ya una larga lista de objetos y experiencias. La vida humana era muy frágil a ojos de un inmortal y Rose quebradiza como un cristal. Le extrañaba que el vampiro moreno no la hubiera envuelto en algodón y metido en una caja aún "por su propia seguridad". Desventajas de tener un padre vampiro, imaginaba. No es como si conociera a alguien en su misma situación con quién poder hacer comparaciones.

Por suerte tenía a Cecil con una filosofía de la vida completamente diferente. Si Marcus la quería preservar lejos de todo peligro, Cecil era de la opinión de que el mejor método para estar a salvo era saber defenderse. Gracias a él Rose había conseguido su tan deseada bicicleta, había aprendido a andar en moto a los 16, se había sacado el carnet de conducir y había tomado clases de autodefensa y diversas artes marciales. Todo a espaldas de Marcus, por supuesto, porque el vampiro era temerario y aventurero pero lo bastante sensato para no hacer enfadar a su compañero y preservar intacta la paz de su extraño hogar.

Otra desventaja de haber crecido con inmortales era que eran tan endiabladamente hermosos que incluso para ella, que los había visto a diario desde antes de que tuviera memoria, era difícil resistirse. A comienzos de sus años mozos había tenido serios problemas intentando decidir quién de los dos sería un mejor partido para su primer gran amor platónico. Después había comprendido que un amante no-vivo no podía traer nada bueno y había tenido que aprender a mantener los latidos de su corazón a raya. Se había sentido preocupada por esos sentimientos no muy adecuados por sus "padres" hasta que en clase de filosofía les habían informado que el primer amor de toda mujer era su padre y el de todo hombre su madre. Por suerte era una etapa pasajera aunque siempre buscaríamos algún rastro de ese primer amor en nuestras parejas. Eso la preocupaba ligeramente. Esperaba que el parecido no fuera por el lado de "no ser mortal". Quien quiera que hubiera escrito esa teoría seguro que no había tenido la suerte de ser hija adoptiva de dos más que atractivos inmortales sino la cosa no le hubiera parecido tan sencilla. Sin embargo ya podía sentirse más tranquila por sus a veces descontrolados instintos electristas. Por suerte había aprendido a controlarlos. Por desgracia, debía echar la culpa a sus dos sexys padrastros de no haber encontrado aún ningún tipo de interés por ninguno de los chicos mortales de su edad. Le habían puesto el listón y las expectativas demasiado altas.

Abrió el grifo y dejó que corriera un poco el agua mientras se libraba del camisón empapado en sudor y hacía uso del inodoro. Después se metió bajo la ducha y permitió que el agua templada lavara sus preocupaciones. 

Ella era Rose. Le habían puesto el nombre en honor a la flor, una flor hermosa pero fuerte y llena de espinas que sabía protegerse. Ella era Rose, una rosa silvestre en aquel jardín salvaje que era su vida. Fuera lo que fuera que le deparara el destino tendría que estar preparado para sentir el mordisco de sus espinas. El futuro era suyo, así lo había decidido, y ni todos los Agentes del Destino del mundo podrían arrebatárselo.



lunes, 9 de julio de 2012

A veces

De regreso a mi ciudad,
paseando por las calles
que una vez pisamos juntos
de pronto se asoman los recuerdos
al ventanal de mi memoria
y sin quererlo
pienso en ti.

Todos los momentos
que pudieron ser y nunca fueron,
todas las palabras
que sin nacer en mis labios perecieron,
todos los sueños
que cautivos de mis miedos
sin volar se extinguieron...
todos ellos
son cenizas del pasado.

Y me pregunto
si alguna vez piensas en mí,
si soy tan siquiera un recuerdo
o si ya me has dejado atrás,
abandonada en la encrucijada del tiempo.

Para serte sincera
yo ocupada con vivir
raramente te pienso
pero a veces regreso
de paseo
por el jardín de nuestros momentos
y entonces me pregunto
lo que pudimos ser y nunca fuimos,
lo que fuimos y nunca seremos,
en días como hoy
cuando a la deriva navego
por el mar de la nostalgia,
hasta que la realidad llama a la puerta
y te dejo marchar sin lamento,
confío en que llegaremos a buen puerto,
mientras serás siempre una isla en mi océano,
un momento agridulce,
una ráfaga de viento
que hondeó la bandera de mis sentimientos,
las cenizas apagadas de un viejo fuego,
las nubes que algodonaron un sueño,
serás un principio que nunca comenzó
y el punto que puso final a una frase
y dio inicio a un capítulo nuevo.

De regreso a mi ciudad
paseando por los recuerdos
que nunca fueron nuestros
de pronto se asoma la nostalgia
al ventanal de mi memoria
y sin quererlo
me pregunto
si a veces piensas en mí
como yo hoy en ti.


domingo, 1 de julio de 2012

Un milagro llanado destino

Sentada frente a la ventana
ve pasar las horas,
una mujer que se marchita
como una rosa,
la misma rosa que en un vaso de cristal
sobre la mesilla de noche
le recuerda que todo acabó,
esa rosa cuyos pétalos
alfombran el otoño de una relación,
un camino de resquebrajadas hojas
que dan la bienvenida
a un invierno sin amor.

En algún lugar de la ciudad
el carmín rojo de unos labios de amapola
sella con un beso una despedida
y sin lágrimas un hombre la llora,
unos tacones se alejan
por una calle desierta,
mientras el viento arrastra
el último aroma de la primavera
y se apaga la chispa de la esperanza
como en la noche muere una estrella.

En una inmensa ciudad
entre barrotes de frío metal
dos corazones rotos
lloran la ausencia,
no saben que el destino
les ha preparado el escenario
y tan solo falta que ellos mismos
escriban el guión.

Como una balada
las estaciones pasan,
como mariposas atrapadas
en un poema sin poder volar,
un día la mujer se asoma a la ventana
y ve una nueva rosa en el jardín,
un buen día el hombre alza la mirada
y descubre una nueva estrella en el cenit.

En una inmensa ciudad
bajo los rayos del tímido sol
dos corazones rotos
laten a un mismo son,
se encuentran y se funden
y en su abrazo vuelven a ser enteros,
uno lleva las cicatrices
que las espinas de un viejo amor le dejó,
el otro está tatuado
con el carmín rojo que lo estranguló,
puede que necesiten tiempo
para volver a funcionar
pero en esta inmensa ciudad
que se encontraran
y tuvieran el valor de volver a amar
es un milagro llamado destino.