Espalda contra espalda, el sudor se adhería a sus ropas, los unía uno al otro el sudor con el olor rancio del destino. Las botas resbalaban sobre sangre húmeda. Eran viscosas las lágrimas que cubrían sus mejillas. ¿O tal vez no eran lágrimas? El mundo había quedado vacío de colores, sin significado, se había quedado ciega, atrapada en un paisaje bicolor de rojo y negro.
Rojo. Roja la sangre sobre la que caminaba. Roja la ira ciega y desesperada con que blandían sus espadas. Espalda contra espalda, rojo el dolor de sus heridas. Roja la muerte que alcanzaba a sus enemigos. Rojos los rostros que caían uno tras otros a sus pies resbaladizos. Roja la estela que dejaba atrás la vida al abandonar los cuerpos vacíos a su suerte. Rojo el entrechocar mortal de sus espadas. Roja la lluvia que bañaba su rostro de lágrimas viscosas.
Y negro. Negra la desesperación con que se abrían paso deseando incoherentes un minuto más de vida, de aquella vida roja y negra. Negra la muerte que reclamaba los cuerpos que sus espadas desechaban en un baño de roja sangre. Negra la piedra sobre la que descendía el húmedo torrente de un río rojo.
Negra y roja la locura que desesperada los guiaba espalda contra espalda, adheridos por el sudor rancio con olor a destino, siempre un paso más hacia delante, un paso más hacia la vida roja y un paso más hacia la muerte negra.
En un mundo rojo y negro solo había sangre, sangre húmeda sobre piedra negra, piedra negra y sangre y sangre y sangre.
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