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miércoles, 5 de septiembre de 2012

EL HILO ROJO: PARTE 11

Parte 11: En el hogar de los caídos.

Hay algo en los cementerios. Algo que despierta un temor completamente irracional en lo profundo de nuestro subconsciente. Algo que nos hace sentir inquietos, que eriza el vello de nuestra piel y nos hace querer mantenernos lejos de noche. Por supuesto que en pleno siglo XXI cualquier persona racional te diría que no son más que temores infundados por las viejas creencias y el folclore. Pero a menudo olvidamos que el folclore tiene su raíz en la realidad y es una raíz más profunda de lo que creemos. Por poner un ejempo... ¿Por qué tienen muros de piedra los cementerios? ¿Para protegerlos de ladrones de tumbas? ¿Quién querría robar un nicho? No. Los muros no protegen a los muertos del mundo exterior sino que protege al mundo exterior de los muertos. Es una magia vieja y ancestral que retiene en su interior lo que está dentro. Claro que en su mayoría los espíritus no son sino sombras de las personas que fueron, almas apacibles y perdidas. Siempre hay excepciones. Pero el caso es que los espíritus no son los únicos que pueden habitar en un camposanto, muchas otras criaturas pueden buscar cobijo en su interior. Y Rose lo sabía.
Se consideraba una persona sensata, lo suficiente sensata para saber que en realidad visitar un cementerio de noche representaba poco peligro para cualquier mortal y que la mayoría de los temores humanos eran cuentos nacidos de leyendas urbanas. También sabía que ella no era precisamente una persona normal y eso siempre incluía un riesgo extra, especialmente cuando uno iba a introducirse a medianoche y sin permiso en el hogar de una poderosa magia ancestral donde descansaban los muertos.
Pero a pesar de todo allí estaba, pasadas las doce de pie ante la enorme puerta de hierro que representaba la entrada principal al camposanto. Era una noche oscura sin luna ni estrellas y la única luz de la larga calle provenía de una triste farola parpadeante que amenazaba con dejar de funcionar en cualquier momento. Un poco de niebla y unos aullidos y hubiera sido el escenario perfecto para rodar una película de terror- pensó Rose saltando inquieta de un pie al otro mientras aguardaba la llegada de Amaury.
Tal y como el vampiro había prometido no había tenido problema para salir de casa. Fuera lo que fuera el truco que Amaury había utilizado para despistar a sus guardianas había surtido efecto. De hecho Rose se planteaba pedirle la fórmula, después de todo nunca estaba de más guardar algún as en la manga en caso de que necesitara hacer una escapada nocturna. Claro que suponía que la estratagema utilizada por un vampiro centenario probablemente no estuviera al alcanze de una adolescente mortal. Hay cierto poder y sabiduría que tan solo la dan los siglos y siglos de inmortalidad.
Nerviosa, la muchacha se volvió y observó el gran muro de piedra que rodeaba el camposanto. Erigido en lo alto de una colina, el cementerio tenía las dimensiones de un gran parque y había ido tomando gran parte de la ladera también al tiempo que la ciudad se expandía y con ella la necesidad de espacio para sus nichos. Aunque cada vez eran menos los que se enterraban allí, ya que una diminuta parcela de aquel terrenito costaba un pastón. Con todo era un cementerio elegante y bastante señorial por el que bien merecía darse un paseo de día. De noche ya era una cosa distinta.
Un leve click metálico a sus espaldas la hizo sobresaltarse. Se volvió de un salto con el corazón martilléandole fuertemente contra el pecho y casi dispuesta a saltar sobre lo que fuera que hubiera al otro lado. La enorme puerta negra, que hacía un momento permanecía fuertemente cerrada con llave, se abrió con suavidad, sin un solo chirrido,de una forma muy impropia para un film de terror. Debían de mantenerla bien engrasada- el pensamiento asaltó la mente sorprendida de Rose. 
Justo en aquel momento la farola eligió que era un buen momento para apagarse y la joven quedó sumida en la penumbra mientras la puerta continuaba abriéndose aparentemente sin que nadie la empujara, ni siquiera una ráfaga de viento. Y cuando al fin se detuvo sin un solo quejido Rose se encontró frente a frente con unos grandes y resplandecientes ojos aguamarina. Dio un paso atrás y estuvo a punto de gritar, pero en aquel instante volvió la luz y se encontró cara a cara con el endiabladamente bello rostro de un inmortal de cabello rubio repeinado.
-Amaury- saludó Rose, convirtiendo a medio camino su grito de terror en una exclamación de sorpresa.
No pudo evitar sentirse avergonzada de si misma, del miedo irracional que la había asaltado al encontrarse en un cementerio. Como si no supiera mejor, como si no hubiera hecho o visto cosas más sobrenaturales y terroríficas.
Si el vampiro se había percatado de su sobresalto hizo bien en ocultarlo tras una seductora sonrisa. Rose se fijó por primera vez en él al completo. Había cambiado su ropa y ahora vestía un elegante frak negro y unos resplandecientes zapatos de cuero a juego, un atuendo que parecía anticuado, recién salido de una vieja película en blanco y negro, pero a la vez tan impecable como si fuera nuevo. Poco quedaba del afable marinero al que había conocido sentado en el sillón de su sala aquella misma tarde. Ante ella se erguía un noble listo para atender una cena de gala o un baile de etiqueta, pero desde luego fuera de lugar para un tour por el cementerio. 
De pronto Rose se sintió fuera de lugar con su sencilla camiseta blanca, sus vaqueros y sus viejas deportivas y se preguntó que sería aquello que Amaury quería de ella. ¿Por qué reunirse en secreto en el cementerio? ¿Y que pasaba con sus ropas? ¿Se trataba de alguna ocasión especial? ¿Un botellón con los muertos en el cementerio? La idea casi logró provocarle una sonria y si no se sintiera tan nerviosa, expectante y fuera de lugar probablemente una carcajada hubiera traicionado su propia imaginación.
-Buenas noches, Rose- saludó el vampiro con un leve cabeceo mientras sostenía la puerta con elegancia. No quedaba ni rastro de aquella afabilidad paternal de la que había hecho gala aquella tarde. Ahora era pura cortesía, como un distinguido caballero que acompaña a su dama a un baile- Espero no haberte hecho esperar. Me temor que para un inmoral el tiempo deja de tener el mismo sentido después de siglos de deambular por el mundo.
-No, está bien- balbuceó Rose con torpeza- Acabo de llegar- mintió.
Amaury ensanchó su sonrisa y la joven se sintió transportada por ella.
-En ese caso no voy a hacerte esperar ni un segundo que el tiempo mortal es precioso- parecía haber visto claramente a través de su mentira, pero a Rose no le importó, hipnotizada como estaba por el deje aterciopelado de sus palabras- Adelante, mi rosa, esta noche eres mi invitada. Espero que disfrutes de la velada en el hogar de los caidos.
Y con una exquisita floritura se echó un lado para dejarla pasar. Y Rose entró. Y sin que nadie la tocara siquiera la puerta volvió a cerrarse a sus espaldas completamente silenciosa.


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