los pies curtidos por el sufrimientos de la guerra
bajan descalzos, desnudos de esperanza,
los ojos de un hombre buscan desesperadamente
entre la gente a una mujer de mirada ausente,
entre los charcos que ha dejado la lluvia de sangre
sigue las huellas rojas de la muerte
y se teme lo peor.
En una esquina un niño juega a ser adulto
con un fusil viejo entre manos temblorosas,
unos ojos jóvenes de mirada vieja,
nadie le ha explicado que hay mundo sin guerra,
ha oído hablar de paz a viejas lenguas
pero es una idea abstracta que no entiende
como los cuentos para niños de princesas
una utopía de la realidad.
Una vieja desdentada se ríe en la cara de la muerte
entre los escombros de lo que fue una vez su hogar,
en su memoria las risas de los niños llenan las calles
como los alegres cascabeles que colgaban del collar
del gato negro que dormía panza arriba en su tejado,
reminiscencias en sepia de una vida mejor,
pero rota como los cristales del marco que la porta,
donde ha elegido abandonar su razón.
De los ríos de sangre bebe sedienta
la tierra que arde en los fuegos de la guerra,
tierra oscura, fría y muerta
donde madres despechadas a sus hijos dejan,
donde lápidas sin nombre guardan a hombres sin suerte
donde no hay tiempo para despedidas
y las flores marchitan sin primavera.
Son imágenes de tinta en cualquier diario,
palabras elegantes en libros de historia,
son mundos distintos, son mundos ajenos,
es nuestro propio mundo en otro universo,
son lágrimas de tinta, son letras muertas,
postales del pasado que siempre regresan,
porque olvidamos,
porque no aprendemos de ellas...
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