Buscar

domingo, 5 de agosto de 2012

9.- La Pitonisa, El Gato y Los Dados

-Oh, ¡pero qué tenemos aquí! ¡Qué jovencita tan encantadora!- gorjeó Madame Lau Laurie volviéndose hacia ella. 

Rose contuvo el reflejo de dar un paso atrás cuando sintió la ávida mirada de aquellos enormes ojos clavados en ella. Por suerte pudo controlarse antes de parecer innecesariamente maleducada y cobarde.

-¿Y bien? ¿Qué trae a tan encantadora señorita a Madame La Laurie? -continuó la mujer alegremente ajena a la gran impresión que había causado. Su corpachón y su atuendo de colores chillones parecía llenar toda la estancia- ¿Un amuleto de la suerte? ¿Un talismán protector tal vez? O quizás... - se inclinó hacia ella con cara de circunstancias y bajó la voz a apenas un susurro- ¿Una pócima de amor?

Rose no pudo evitar torcer el gesto al oír estas últimas palabras. Era bien sabido que las pócimas de amor no eran más que un cuento bonito para adolescentes crédulas y desesperadas. No había forma de obligar a una persona a amar a otra, por suerte. Aunque siempre podían venderte una substancia afrodisíaca bajo el nombre de "Pócima de Amor". Gracias a dios generalmente no era más que una fragante agua de rosas.

La muchacha entrecerró los ojos y miró a la mujerona con sospecha. ¿Sería la tal madame un fraude? Aunque era innegable que el borboteo de la magia estaba en el aire, sutil pero sin duda presente. Cosquilleante. 

También era más que posible que fuera una mortal con un poder limitado y se aprovechara de ello para su pequeño negocio añadiendo un poco de timo al asunto. ¿Quién decía que los auténticos vidantes no pudieran ser estafadores? Probablemente tuvieran mucho material del que hacer uso para engañar a la gente.

Madame La Laurie la miraba con sus ojos de mosca y sin perder la sonrisa a espera de que respondiera. Rose titubeó.

-En realidad tengo una pregunta...- comenzó insegura.

Los ojos de la mujer se iluminaron de inmediato.

-Oh, una pregunta, por supuesto.¿Quién no tiene preguntas? Y más a tu edad. Aunque entre tú y yo, a cualquier edad se tienen preguntas. - se golpeó la frente con la palma de la mano como si acabara de caer en la cuenta de algo- Pero, por favor, sígueme por aquí. 


Dubitativa Rose se dejó guiar por la extraña mujerona a través de una cortina de tintineantes cuenta de colores a la trastienda. Tuvo que morderse la lengua para no exclamar. Aquel era exactamente el aspecto que había imaginado tendría la oficina de una pitonisa estafadora. Una lámpara de lava iluminaba tenuemente la habitación con tonos escarlata. Era una pequeña estancia cuadrada con un aroma tan intenso a incienso que Rose se sintió inmediatamente asfixiada. Las paredes estaban adornadas por tantos amuletos, figuras, crucifijos, cartas de tarot y afiches de santos, ángeles, demonios, hadas y demás criaturas míticas que apenas era visible el papel florido de la pared. El suelo estaba cubierto por una suave moqueta granate enterrada bajo decenas de cómodos cojines de colores tan llamativos y dispares como la misma Madame La Laurie. Un tocador repleto de libros y otros objetos extraños al fondo y una pequeña mesa redonda con dos sillas eran los únicos muebles del cuarto. Y sobre la mesa... ¡Por los malditos inmortales!- rose abrió los ojos de par en par incrédula- ¿Era aquello una bola de cristal? ¿Una auténtica bola de cristal? ¿Había quién aún usaba hoy en día una de esas?


-Siéntate, querida- le indicó la mujer, apretando sus hombros con fuerza hasta obligarla a tomar asiento sobre una de las dos únicas sillas de la estancia.


Rose se quedó mirando de hito en hito la bola frente a ella. Trató de concentrarse un momento buscando algún místico secreto en ella pero tan solo vio su propio reflejo. Por supuesto-pensó ahogando una risita- ¿Qué había esperado? Todo el mundo sabía que las bolas no eran más que cuentos para niños.


Por un instante se divirtió imaginándose a la Madame inclinada sobre la bola, concentrándose en vano con sus ya enormes ojos de mosca aumentados por diez. La idea estuvo a punto de hacerla soltar una carcajada.


Mientras, la supuesta adivina- Rose comenzaba a albergar serias dudas respecto a su legitimidad- dio una en torno a la estancia encendiendo velas y aumentando el olor intoxicante del incienso. Rose se tuvo que contener para no toser. 


-¿Quieres algo para beber, querida?- ofreció la mujer regresando junto a ella- ¿Un té quizás?


-No, no quiero nada, gracias- se apresuró a rechazar Rose cohibida. Se sentía tan fuera de lugar en aquella tienda como un pez fuera del agua. ¡Incluso le costaba respirar?


La pitonisa asintió para si, dio un último vistazo a la habitación y aparentemente satisfecha con lo que vio se dejó caer sobre la silla opuesta a Rose con un tintineo de sus múltiples joyas y brazaletes.  De modo que quedaron sentadas frente a frente y la muchacha se vio reflejada en los enormes anteojos de la mujer. La Madame cruzó sus largos dedos sobre la mesa y se inclinó hacia ella, durante un largo instante la joven no pudo apartar la mirada de sus largas uñas pintadas de violeta y naranja. Después volvió a levantar la vista la encontrarse con la empalagosa sonrisa de Madame La Laurie dirigida hacia ella.


-¿Y bien? ¿En qué puedo ayudarte, ...?- la mujer hizo una pausa como si estuviera intentando recordar algo importante.


-Rose- se apresuró a interceder la muchacha.


-Rose- asintió La Laurie para si alegremente como si fuera lo más increíble que hubiera escuchado en toda su vida- Un nombre preciosa, querida. Sin duda ideal para una jovencita tan hermosa y fuerte como tú. Tus padres tienen un gusto excelente.


Rose no se molestó en contradecirla.


-Así que Rosa-continuó la adivina alargando deliberadamente la última sílaba de su nombre- ¿Cuál era esa pregunta? ¿Problemillas amorosos tal vez? ¿Un chico? Generalmente siempre hay un chico. Aunque claro, me cuesta imaginar como una jovencita tan encantadora podría tener problemas de esa índole. ¿Quieres que te eche las cartas? ¿Ver que depara tu futuro?


Rose torció el gesto, ya tenía por su parte bastante en su presente como para preocuparse también con el futuro, mejor dejarlo estar y ya llegaría el momento de enfrentarse a él. Al darse cuenta de la mirada de la Madame se apresuró a recomponer el semblante en una máscara de titubeante curiosidad.


-En realidad esperaba que me ayudara con algo.- explicó dócilmente- El otro día me echaron los dados y ...- omitió deliberadamente quién y en qué circunstancias había ocurrido- y me salió un dado con la cara en blanco. Y me preguntaba que podía significar.


-¿Una cara en blanco?- repitió la pitonisa sin comprender y la nimia esperanza que había mantenido Rose de hallar allí la respuesta se le vino abajo hecha añicos. No tenía ni idea de que estaba hablando.


-Sí, una cara en blanco- insistió Rose sacando el dado del bolsillo y dejándolo caer sobre la mesa para que lo viera.


Madame La Laurie lo tomó delicadamente entre los dedos, con una delicadeza que no parecía acompañar a sus maneras empalagosas, y lo hizo girar despacio sobre su palma mientras lo examinaba. Pasó un instante que a Rose se le hizo eterno hasta que la mujer se aclaró la garganta para hablar. 


-Rose, cielo- su voz sonaba especialmente dulzona, casi como si quisiera disculparse- Parece que estás algo confusa. Este dado no tiene ninguna cara blanca. Pero si lo que buscas es una segunda lectura podría volver a echarte los dados yo misma...


Pero Rose no la escuchaba. Alargó instintivamente la mano y le arrancó el dado de entre los dedos. ¿Pero qué estaba diciendo? Imposible. Ella mismo había visto la cara blanca en el dado junto a su pie. El recuerdo le quemaba en la parte trasera de su memoria. Así que incrédula pasó a examinarlo. Le dio una vuelta. Después otra. Tragó saliva y volvió a intentarlo. Nada. La adivina tenía razón, aquel no era más que un dado corriente de seis caras cuyos puntos iban del uno al seis consecuentemente. No había cara blanca. Lo hizo girar entre sus dedos de nuevo confusa. Pero estaba segura que la había habido aquella tarde junto a su pie... los ojos de la niña... la sombra de la muerte... el recuerdo la hizo estremecerse. ¿Podía haberse equivocado de dado? ¿Podría haberlo intercambiado? Sacudió la cabeza. No, imposible, no había tenido ocasión, ni otro dado con qué confundirlo. Entonces... ¿qué estaba pasando allí? Sintió la frustración crecer en su interior al comprender que una vez más se enfrentaba a lo inexplicable. No le gustaban las preguntas sin respuesta.


Molesta por su infructuosa búsqueda deslizó el dado de vuelta en su bolsillo y comenzó a ponerse en pié. Parecía después de todo que se había equivocado respecto a aquel lugar, aunque aún podía sentir el aleteo de la magia era tan débil que apenas era perceptible y desde luego no emanaba de la madame. Se detuvo a medio camino cuando de pronto una ráfaga de pura magia azotó la habitación. No fue intensa pero tan repentina y hermosa como el aleteo de una mariposa que dejó a Rose desorientada y confusa. Bajó lentamente la mirada hacia Madame La Laurie cuyos enormes ojos desorbitados se habían perdido en el infinito, su rostro repentinamente relajado e inconsistente cubierto por una sonrisa risueña. Si Rose no supiera lo que sabía hubiera creído que la pobre mujer se había vuelto loca, pero la magia se había apoderado de ella.

-Carece de destino quien al destino sostiene entre sus manos pero el destino aún lo tiene a su merced pues es su destino carecer de destino. - habló de pronto la mujer, su voz ahogada y dulce, sus palabras incoherentes- La rosa que muerde con sus espinas el tronco del destino podrá saborear el futuro. ¿Pero puede una rosa presa del destino que carece cambiar las ruedas del mismo?

Madame La Laurie parpadeó de regreso a la realidad y el breve aleteo de magia se esfumó como si nunca hubiera estado allí. La pitonisa recupero la compostura y la miró con una sonrisa empalagosa, como si nada las hubiera interrumpido. A medio camino entre levantarse o volverse a sentar Rose comprendió que la estaba mirando boquiabierta. Se apresuró a cerrar la boca y recuperar la compostura. ¿Qué diablos había sido eso?

-¿Ya te vas, querida?- preguntó la mujerona como si nada las hubiera interrumpido- ¿Seguro que no deseas que te lea la suerte?

-N... no, muchas gracias- tartamudeó Rose aún confusa echando la mano al bolso no muy segura de qué hacer a continuación- Gracias por sus... umm... esfuerzos. No estoy segura de cuánto le debo por sus servicios...

La pitonisa parpadeó tras sus enormes gafas y ensanchó su ya empalagosa sonrisa.

-Por esto nada, querida. Lamento no haber podido ayudarte. Pero asegúrate de volver cuando quieras conocer tu futuro, estaré encantada de ayudarte.

Rose farfulló algo parecido a un gracias y una despedida y antes de que la mujer tuviera tiempo a levantarse dio media vuelta y salió zumbando de allí. Sintió un millón de dudas aletear en el fondo de su conciencia y sintiéndose ligeramente mareada por el repentino golpe de magia necesitaba urgentemente salir de aquel cuarto atestado de incienso, lejos de los ojos de mosca de Madame La Laurie y sus misteriosas palabras que por alguna extraña razón la hacían sentir inquieta, y respirar una bocanada de aire fresco. No se paró a preocuparse de lo que la adivina pudiera pensar de su extraña cliente, bastante rara era ya la situación al completo.

Salió a toda prisa de la tienda y tan solo se detuvo en el patio al sentir la reconfortante calidez del sol. Alzó la vista al cielo azul añil y aspiró una larga bocanada de aire mientras intentaba poner en orden sus ideas. ¿Qué había pasado exactamente? Estaba claro que la pitonisa no era el fraude que aparentaba aunque parecía que ella misma no era consciente de ello. Había escuchado una profecía, una auténtica profecía, aunque no había sacado nada en claro de ello. Había dicho algo de una rosa y el destino. ¿Una rosa? ¿Se refería a ella? Recordó la visita del destino aquella madrugada y se removió inquieta. Y por si fuera poco el dado había demostrado ser un mayor misterio de lo que aparentaba. En vez de respuestas regresaba con más preguntas y un dolor de cabeza. Procedió a acariciarse las sienes para intentar calmar el golpeteo de sus ideas contra el cráneo.

-No te desesperes demasiado con Madame La Laurie- la sorprendió una voz sobre su cabeza.

Rose se giró sobresaltada a tiempo de ver a un chico de aproximadamente su misma edad saltar de encima de una tapia donde había estado tumbado tomando el sol y acercarse a ella. Era de mediana estatura y delgado y se movía con una elegancia no deliberada que la joven no había visto nunca antes un un mortal. Vestía unos ajustados vaqueros negros, una camiseta de manga corta también negra y unas chancletas a juego. Su rostro triangular era atractivo de una manera extraña con su piel pálida, finos labios sonrientes, su pequeña nariz perfectamente recta y las delgadas cejas azabache que coronaban unos redondos y relucientes ojos de color ambar, unos ojos inteligentes y juguetones, unos ojos sin un ápice de humanidad. El cabello oscuro, sedoso y perfectamente liso cortado en tazón le caía sobre la frente como una cortina que separaba el mundo tras sus ojos de la realidad.

-Madame no es una mala mujer- continuó el muchacho caminando hacia ella mientras se relamía los labios. Rose no pudo sino admirar el ademan elegante de su paso felino mientras se acercaba- Es un poco extraña pero a veces tiene sus momentos de lucidez.

Ahora que estaba más cerca Rose reconocía el suave poder de la magia palpitar en él, el mismo poder que había quedado prendido en la tienda de la pitonisa apenas perceptible pero burbujeante. ¿Cómo no lo había sentido antes? Asintió.

-Sí- repuso- Parece haber tenido uno de esos raros momentos de lucidez.

El joven se detuvo y ladeó la cabeza de forma inquisitiva, de pronto parecía interesado.

-¿De verás? Me pregunto que ha dicho. Me hubiera gustado oírlo pero me temo que algunos de esos momentos solo existen para quien debe recibir el mensaje- los ojos ambirinos del muchacho chispearon con sus palabras.

Rose se encogió de hombros.

-Puede que me hubieras sido de ayuda porque no tengo la menor idea de lo que ha querido decir- hundió la espalda apesadumbrada- Y en vez de conseguir respuesta para mi pregunta solo he logrado más preguntas sin respuesta.

El adolescente asintió comprensivo.

-Suele pasar más de lo que nos gustaría. Tristemente con madame más de lo habitual, nunca puedes estar seguro de cuando tendrá uno de esos momentos y cuando lo hace no hay quien lo descifre. Pero tengo curiosidad... ¿cuál es la pregunta que te ha traído hasta aquí? Tal vez pueda ayudarte.

Rose no dudó. Después de todo no perdía nada por intentarlo.

-Hace poco me echaron los dados-explicó omitiendo de nuevo deliberadamente las circunstancias- Y me salió una cara en blanco. Me preguntaba que podría significar.

-Una cara en blanco- repitió el chico repentinamente interesado pasándose la lengua lentamente por los labios. Parecía estar meditando su respuesta- Si te echaron los dados para conocer el destino solo se me ocurre una cosa que la cara blanca pueda significar. - Rose lo miró espectante- la ausencia de destino.

 -¿Es eso posible?- preguntó incrédula- ¿Alguien sin destino?

Esta vez fue el momento de su interlocutor para encogerse de hombros.

-Lo ignoro- contestó con sinceridad, sus ojos ávidos de respuestas- Nunca he conocido ninguno pero eso no significa que no exista.

-¿Entonces todos tenemos un destino?- inquirió frunciendo el ceño. La idea de que su vida hubiera sido decidida desde el momento de su nacimiento por poderes que escapaban a su comprensión nunca le había resultado atractiva.

-No un destino, sino múltiples destinos- la contradijo el joven- Cada persona tiene tantos destinos como decisiones tome y oportunidades tenga. Los caminos que escoja condicionan el final de su destino, pero siempre tiene una gran plano de oportunidades del que no se puede salir. A ese plano de decisiones le llamamos destino, tanto como a la consecuencia final de las acciones.

-¿Significa eso que yo no tengo plano? ¿Y qué pasa entonces?

-No estoy seguro, nunca he conocido a nadie sin plano. Puede que te pierdas o que dibujes tu propio destino. Puede también que robes los puntos en el mapa de otros.

-¿Robar el destino de otro?- Rose se removió con la idea.

Ajeno a ella, como si acabara de perder su interés, el muchacho sacó un bonito lazo rojo del que colgaba un gran cascabel dorado y comenzó a juguetear con él. Rose sonrió al reconocerlo.

-¿Quieres que te lo ponga?- se ofreció.

El chico enarcó una ceja y sonrió.

-¿Lo harías por mí?- pregunto juguetón tendiéndola el lazo.

Rose se apresuró a cogerlo y colándose tras el adolescente procedió anudarlo a su garganta con un bonito lazo.

-¿Puedo preguntar tu nombre?- inquirió Rose con suavidad.

-Por supuesto.

Aguardó y al ver que no adquiría respuesta suspiró exasperada.

-¿Cuál es tu nombre?-insistió mientras alargaba la mano y lo rascaba distraidamente detrás de la oreja.

- He tenido muchos- repuso el chico con un suspiro que sonaba misteriosamente parecido a un ronroneo- Pero últimamente Madame me llama Noir.

Rose no pudo evitar que se le escapara una risita.

-Madame nos es muy original ¿verdad? Y se ve que tiene cierta preferencia por el francés.

-Puede que no sea original pero me ha dado un nombre.

Rose asintió y volvió a acariciar suavemente su oreja hasta que oyó satisfecha otro suspiro parecido a un ronroneo.

-Encantada de conocerte, Noir, y muchas gracias por tu ayuda,. Yo soy Rose.

-Un placer Rose... el que me has dado rascando tras mis orejas. No muchos tienen ese honor.

Rose sonrió y se dispuso a responder cuando una sonoras campanadas repiquetearon sorprendentemente cerca. La muchacha sobresaltada se giró para comprobar la hora en el reloj. ¡Había pasado el mediodía! Debía volver a casa antes de que Marcus empezara a preocuparse en vano porque no había aparecido a desayunar ni a comer.

Se despidió torpemente de Noir y echó a andar callejón abajo sintiendo los relucientes ojos ambarinos del chico fijos en ella. Se volvió una última vez para despedirse con un ademan de mano para encontrar únicamente a un enorme gato negro desperezándose tranquilamente bajo el sol. Cuando subió de un salto a la tapia el enorme cascabel que colgaba de su cuello en un lazo escarlata tintineó. Rose hondeó el brazo hacia él con una sonrisa antes de seguir adelante.


No hay comentarios:

Publicar un comentario