Hace mucho tiempo, en un pueblo sin reino, morí y volví a nacer. La espada me bautizó con un baño de sangre y fuego y quedé marcado para siempre por mi nuevo nombre. Desde entonces he vivido al límite de la existencia, en la eterna encrucijada de quien soy y quien fui. Aquel día dejé de ser un niño y no se puede decir que mi camino haya sido fácil, ha sido bendecido por la sangre de mis enemigos y maldecido por la de mis amigos. En definitiva, mi nueva vida, mi nuevo nombre y yo mismo nacimos de la sangre, recorrimos su camino y nos bañamos en ella hasta olvidar que tal vez nuestra espada alguna vez no había sido roja.
Y puede que así fuera como nació la leyenda.
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