-Hasta mañana- eran las palabras que siempre decía cuando se despedían, como un mantra.
Aquellas dos únicas palabras tenían el sabor dulce de una promesa. La promesa de que volverían a encontrarse.
Cada tarde, al terminar la escuela, corría a buscarla. Siempre se encontraban en el mismo lugar, a la misma hora. Y cada vez ella se despedía con las mismas palabras.
-Hasta mañana.
Dos palabras. Una promesa.
Por aquel entonces eran demasiado niños para comprender los sentimientos que comenzaban a florecer en la profundidad de sus corazones. Pero no para atesorarlos.
Sin darse cuenta vivían prendidos de la promesa de aquellas dos palabras.
-Hasta mañana.
Cuando las pronunciaba al despedirse, como un encantamiento, el muchacho sabía que al día siguiente volvería a encontrarla.
Aquella era la esperanza inquebrantable de aquellas palabras.
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