Rose tragó.
El líquido oscuro, espeso y nauseabundo descendió por su garganta y lo sintió arder. Desesperada luchó por respirar pero una nueva oleada de sangre llenó su paladar y tuvo que volver a tragar. Una... y una y otra vez. Bocanada a bocanada, trago a trago de muerte, mientras los ojos de esmeralda de la vampiresa la embebían con una mirada casi lunática. Amaury gritaba detrás pero era un sonido tan lejano que bien podría pertenecer a otra dimensión ajena a su realidad.
Se sintió desfallecer cuando una nueva oleada de líquido rojo bañó su boca y asqueada se obligó a volver a tragar. La mano sobre su cuello la obligaba a mantener la boca abierta y la apresaba contra la pared y la sangre no cesaba de manar de la herida abierta de la muñeca de la inmortal. Mareada sintió el hilillo húmedo que descendía lentamente por su barbilla y la mirada febril de la vampiresa siguiéndola. Se inclinó y la lamió suavemente con una medio sonrisa escalofriante que hizo estremecer a Rose. Aquella lengua húmeda, fría y áspera contra la calidez de su piel humana.
Y entonces algo calló sobre ellos. Por el rabillo del ojo Rose tan solo distinguió una sombra de cabellera dorada abalanzarse contra ella a velocidad vertiginosa. Sin poco más que una mueca de molestia la vampiresa hizo una floritura con su mano ensangrentada y mandó volando al atacante contra la pared de enfrente. Golpeó de lleno contra el muro entre un amasijo de telas y crujido de huesos rotos. Aliviada al sentir la boca libre, Rose tomó una larga bocanada de aire mientras trataba desesperadamente de desembotar sus sentidos y ser consciente de lo que estaba ocurriendo. Solo entonces volvió a fijarse en la figura desmadejada sobre el suelo que entre gruñidos de dolor y el crujido de huesos rotos comenzaba a moverse. Y gritó al reconocerla.
-¡CECIL!
Al escuchar su nombre el vampiro rubio volvió a ponerse en pie dificultosamente, mientras se iba a recolocando los huesos rotos entre desagradables chasquidos, y le dedicó una pícara sonrisa que no logró enmascarar su mueca de dolor.
-Buenas noches, pequeña rosa, lamento la tardanza. Unos pequeños aunque muy molestos problemillas sin importancia nos han entretenido.- al hablar echó una furiosa mirada de reojo a Amaury, una mirada gélida en la que ardía una ira helada y poderosa. Rose nunca había visto al inmortal enfadado antes pero era un panorama digno de temer.
Sin embargo, su corazón se vino abajo al ver el estado en que había quedado el vampiro tras el golpe. Aunque sus huesos habían regresado a su lugar y se habían vuelto a soldar su aspecto por lo general pulcro se había venido abajo. Su camisa de seda lavanda colgaba hecha jirones de sus pecho desnudo y sus vaqueros preferidos estaban rasgados a la altura de las rodillas y salpicados de sangre fresca. ¿Qué clase de poder tenía aquella loca vampiresa pelirroja para dejar a su guardián en aquel estado con un solo ademan de mano? Se estremeció al imaginar la magnitud de aquel poder.
La vampiresa apenas le dedicó una mirada desdeñosa a Cecil, como quien mira a una mosca particularmente molesta, antes de volverse de nuevo hacia Rose. La muchacha bajó la mirada hacia el antebrazo ensangrentado de la mujer y no pudo evitar que un suspiro de alivio escapara sus labios al ver que la herida había cicatrizado por completo, dejando en su lugar un reluciente tramo de piel. Pero el alivio no duró mucho al ver como volvía a llevarse la muñeca a los labios y de un mordisco sus afilados colmillos volvían a rasgar su carne. Rose dejó escapar un gemido ahogado de puro terror.
Cecil, con los ojos ardientes y su hermoso rostro helado en una expresión de puro odio dio un paso hacia ella, pero al instante Amaury le salió al paso.
- ¿De verás crees que tienes alguna oportunidad contra Innana?- le preguntó con una sonrisa sarcástica. En sus ojos ardía una devoción que rozaba en la locura.- Eres poco más que una hormiga para ella.
-Te equivocas- contestó Cecil dedicándole una sonrisa que no llegó a tocar sus ojos- Soy una cucaracha, persistente e inmortal.
Y sin previo aviso se abalanzó sobre el vampiro. Con un solo y fluido movimiento Amaury se echó hacia atrás y esquivó el ataque con elegancia. En un amasijo informe de garras y colmillos Cecil volvió a arremeter contra él. Rose hubiera jurado ver una sonrisa torcida de placer macabro desfigurar su bello rostro pero pasó tan rápido que no pudo confirmarlo. Justo en el instante en que Amaury se disponía a volver a esquivarlo algo cayó del techo sobre él. Rose apenas pudo distinguir el vuelo de una larga gabardina oscura y el brillo mortal de unos ojos azabache antes de que Marcus cayera sobre ambos. Amaury rodó por el suelo en el último instante y logró hacerse un lado, pero sin perder un instante y perfectamente coordinados Marcus y Cecil le cerraron el camino, atacando cada uno por un lado. Los tres salieron propulsados hacia el frente y chocaron contra el muro de piedra en un amasijo de brazos y piernas. La cripta se estremeció por el estruendo y tembló el suelo. Rose se sintió sobrecogida ante aquel poder que se equiparaba al de una tormenta en una plácida noche de verano mientras los tres vampiros, ajenos al terror que estaban causando, volvían a enfrascarse en una batalla feroz en la que pronto lo único que Rose pudo distinguir fue un borrón de colores y formas.
Como si aquello no fuera con ella, Innana (así había llamado Amaury a la vampiresa) les dio la espalda y volvió a la tarea que tenía entre manos. Rose volvió a sentir la muñeca ensangrentada pegada contra sus labios y abrirse camino hacia el interior de su boca. Intentó zafarse en vano mientras la sangre volvía a abrirse paso hasta su garganta. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para luchar. Asqueada trató desesperadamente de ignorar el líquido oscuro que descendía por su esófago, espeso y pegajoso, sin mucho éxito, mientras las nauseas la consumían y la cabeza le empezaba a dar vueltas.
Y entonces, en medio de la marea roja que la inundaba, del estupor y el miedo, la voz de Marcus, alta y clara, cortó el aire.
-Alto si no quieres que despedacemos a tu querido hijo.
Aquello al fin logró llamar la atención de la vampiresa que se volvió como una exhalación. Rose abrió la boca de par en par y aspiró una larga bocanada de aire al tiempo que escupía los últimos rastros de sangre y las piernas temblorosas le fallaban. Se dejó caer, casi agradeciendo la comodidad fría del suelo, y respirando aún con dificultad contempló la escena frente a ella.
De algún modo Cecil y Marcus se las habían arreglado para inmovilizar a Amaury. Atrapado contra la pared con ambos vampiros sobre él, la expresión de Amaury era de pura incredulidad. Estaba claro que los había subestimado y Rose se sintió secretamente orgullosa de ellos, aunque su corazón dio un vuelco al ver a Innana centrar su atención en ambos. No importa cuán poderosos fueran, eran poco más que niños al lado de la pelirroja. Y la vampiresa estaba furiosa.
Era una ira silente que rezumaba cada poro de su piel, en cada ángulo de su postura, en la férrea inmovilidad de su porte... Una furia aterradora...
-¿Quién te crees que eres para amenazarme, Marcus?- la voz de Innana fue poco más que un susurro ronco cargado de rabia, una ira ciega y sorda. Rose se estremeció al escucharla. Era una voz gastada y rota, áspera, como quién no la ha utilizado en demasiado tiempo y ha olvidado de cómo hablar- ¿Se te ha subido el poder a la cabeza en mi ausencia? Todo lo que necesito es un solo dedo para aplastaros como a insectos.
Y Rose supo que era verdad, que tal era su poder. Lo sintió en la aspereza atemporal de su voz ronca.
Pero Marcus no se inmutó. Al contrario, con una seguridad casi marcial colocó su mano desnuda sobre el pecho de su presa y atravesó a la vampiresa con una mirada feroz. Sus ojos oscuros eran dagas desafiantes preparadas para matar y morir en cualquier momento, un arma de doble filo. Rose sabía por experiencia que el vampiro moreno enfadado podía dar miedo pero entonces comprendió que lo que había visto hasta entonces no era más que una versión pálida y diluida del verdadero terror.
-Puedes intentarlo- habló con una voz carente de emoción- Veremos quién es más rápido. Si tú en aplastarnos o yo en arrancarle el corazón.
Sus uñas rasgaron la piel del pecho de Amaury a modo de advertencia y un hilo de sangre roja comenzó a descender lentamente por su torso medio desnudo. El rostro del cautivo se contrajo en una máscara de puro odio e intentó zafarse con todas sus fuerzas. Pero Cecil lo retuvo entre sus brazos con una sonrisa salvaje, en sus ojos celestes bailaba una mirada lunática que sorprendió a Rose. Nunca hubiera esperado que el rostro habitualmente apacible y sonriente de su guardián pudiera dibujar aquel tipo de expresión, un poema de locura casi psicótica.
Y entonces, de pronto, Rose fue consciente de toda la situación con una claridad desconcertante. No solo de la batalla mortal que estaba a punto de desatarse ante sus ojos, sino de cada minúsculo detalle. De la araña que correteaba por la pared de enfrente, de la gota de humedad verdosa que rodaba por la grieta de una piedra, de cada partícula de polvo atrapada en el aire rancio de la cripta...
Innana dejó escapar un chillido gutural, más parecido al de un animal salvaje que a un grito humano. Y Rose se llevó las manos a los oídos con un gesto de dolor porque el estridente sonido se clavó como una aguja en las profundidades de su mente.
-¿Qué... qué me has hecho?- se oyó preguntar, su voz poco más que un murmullo acongojado.
Como si el tiempo se hubiera detenido la escena frente a si se heló y todos a una los vampiros bajaron la vista hacia ella. Vio el miedo reflejado en los ojos de Marcus y Cecil, los labios de Amaury curvarse en una mueca de asco y desprecio y el brillo triunfante en la mirada esmeralda de Innana.
Y entonces cayó la oscuridad.
-¿Quién te crees que eres para amenazarme, Marcus?- la voz de Innana fue poco más que un susurro ronco cargado de rabia, una ira ciega y sorda. Rose se estremeció al escucharla. Era una voz gastada y rota, áspera, como quién no la ha utilizado en demasiado tiempo y ha olvidado de cómo hablar- ¿Se te ha subido el poder a la cabeza en mi ausencia? Todo lo que necesito es un solo dedo para aplastaros como a insectos.
Y Rose supo que era verdad, que tal era su poder. Lo sintió en la aspereza atemporal de su voz ronca.
Pero Marcus no se inmutó. Al contrario, con una seguridad casi marcial colocó su mano desnuda sobre el pecho de su presa y atravesó a la vampiresa con una mirada feroz. Sus ojos oscuros eran dagas desafiantes preparadas para matar y morir en cualquier momento, un arma de doble filo. Rose sabía por experiencia que el vampiro moreno enfadado podía dar miedo pero entonces comprendió que lo que había visto hasta entonces no era más que una versión pálida y diluida del verdadero terror.
-Puedes intentarlo- habló con una voz carente de emoción- Veremos quién es más rápido. Si tú en aplastarnos o yo en arrancarle el corazón.
Sus uñas rasgaron la piel del pecho de Amaury a modo de advertencia y un hilo de sangre roja comenzó a descender lentamente por su torso medio desnudo. El rostro del cautivo se contrajo en una máscara de puro odio e intentó zafarse con todas sus fuerzas. Pero Cecil lo retuvo entre sus brazos con una sonrisa salvaje, en sus ojos celestes bailaba una mirada lunática que sorprendió a Rose. Nunca hubiera esperado que el rostro habitualmente apacible y sonriente de su guardián pudiera dibujar aquel tipo de expresión, un poema de locura casi psicótica.
Y entonces, de pronto, Rose fue consciente de toda la situación con una claridad desconcertante. No solo de la batalla mortal que estaba a punto de desatarse ante sus ojos, sino de cada minúsculo detalle. De la araña que correteaba por la pared de enfrente, de la gota de humedad verdosa que rodaba por la grieta de una piedra, de cada partícula de polvo atrapada en el aire rancio de la cripta...
Innana dejó escapar un chillido gutural, más parecido al de un animal salvaje que a un grito humano. Y Rose se llevó las manos a los oídos con un gesto de dolor porque el estridente sonido se clavó como una aguja en las profundidades de su mente.
-¿Qué... qué me has hecho?- se oyó preguntar, su voz poco más que un murmullo acongojado.
Como si el tiempo se hubiera detenido la escena frente a si se heló y todos a una los vampiros bajaron la vista hacia ella. Vio el miedo reflejado en los ojos de Marcus y Cecil, los labios de Amaury curvarse en una mueca de asco y desprecio y el brillo triunfante en la mirada esmeralda de Innana.
Y entonces cayó la oscuridad.