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miércoles, 10 de agosto de 2011

Culpa

Aguardó hasta que la noche cayó sobre ellos y los envolvió con su suave manto de oscuro terciopelo. Solo entonces se volvió lentamente hacia la figura inmóvil que reposaba a su lado y con ojos velados de remordimientos la contempló. 

Su piel pálida y desnuda, impoluta como las primeras nieves de invierno, tan solo quebrada por dos diminutas perlas de sangre roja que adornaban su cuello con desgana.

Sus ojos hermosos, carentes de expresión, vacíos, perdidos en algún lugar de un infinito vidrioso que él nunca podría alcanzar.

Se inclinó despacio consciente del silencio antinatural de un pecho en cuyo centro no latía corazón y posó un beso amargo sobre sus labios, fríos y azules como los atardeceres de enero. Suspiró, deseando que su suspiro rompiera el maleficio de sus propios pecados e insuflara vida a aquel cuerpecillo desgastado. ¡Qué ironía! Pensar que la muerte pudiera traer la vida.

Con cuidado, vistiendo el silencio como una mortaja, tomó el último retazo huidizo de ilusión y lo apagó en el cenicero de la realidad. Con un último vistazo al reflejo de su naturaleza se puso en pie y contempló por última vez su obra, aquel cuerpo que había quedado sepultado en vida por sus instintos más primarios. Y una vez más se preguntó porqué todos se desvanecían de su lado y tan solo quedaba él para caminar por aquel mundo cada vez más incierto.

Por fin, dio un paso cansado y se cubrió los hombros con el manto de la culpa, más gélido, oscuro y pesado que la misma noche; y echó a andar cabizbajo, arrastrando los pies por la tierra de los recuerdos y sin dejar huella de su partida.

El caminante solitario continuaba su infinito viaje... hacia un mañana incierto.


2 comentarios:

  1. Este texto es realmente precioso, tienes una forma de expresarte limpia, clara y apasionada, que engancha. Me gusta mucho, sigue así :3

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