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domingo, 28 de agosto de 2011

2- Los dados

La Sombra se filtró en la semipenunbra de un callejón trasero y se desvaneció. Rose se apresuró tras ella. Se detuvo en seco, durante un instante aterrorizada. ¿La había perdido? ¿Habría presentido que la seguía y desaparecido?

No, aquello era imposible-meditó- Ella no era así. A Ella nunca le importaba lo que ocurriera en el mundo de los vivos. La Muerte tan solo existía para su trabajo. Entonces... ¿Dónde había ido? ¿Se había fundido con la penumbra?

Alzó la vista y contempló en silencio el callejón. Era una de esas callejas oscuras de mala muerte que tanto abundaban en los bajos fondos de la ciudad. La única farola que aún seguía en pie parecía haber dejado de funcionar hace tiempo y nadie se había molestado en arreglarla. La fachada gris de los altos edificios a ambos lados estaba desconchada y las escasas ventanas que no estaban rotas o tapiadas estaban cerradas a cal y canto y miraban ciegas al exterior. Rose sintió un leve escalofrío, pero lo ahuyentó al instante. Debía darse prisa o la perdería y presentía que iba a perderse algo importante.

Cerró los ojos un instante y respiró hondo para relajarse. Después dejó que la guiara su instinto, ese sexto sentido que siempre se filtraba en sus sentidos. Y sin abrir los ojos echó a caminar.

Un paso. Dos pasos. Tres pasos...

Había algo realmente inquietante en andar a tientas, experimentar por primera vez un mundo sin luz ni colores.  Aun si se estaba dejando guiar por sus otros sentidos la incertidumbre la acechaba y la inseguridad rumiaba su consciencia. Estar ciega, aunque solo fuera por un instante, era aterrador.

Por suerte, no tuvo mucho tiempo para rumiar la idea. La sombra inminente de un edificio agazaparse sobre ella trajo de vuelta sus sentidos al plano de los mortales. Abrió los ojos y echó un rápido vistazo alrededor. Estaba en el interior de lo que parecía un viejo edificio de apartamentos parcialmente abandonado. El recibidor estaba polvoriento, la pintura de las paredes había sido arrancada a tiras y cubierta por un arte poco cuestionable hecho con spray y la tarima del suelo parecía haber visto mejores tiempos muchos años atrás.

Cada vello de su cuerpo se erizó. Sí, sentía miedo, miedo de aquel lugar abandonado, de los vivos que merodeaban en el mundo de las sombras; pero no eran los vivos quienes hacían erizar el vello de su cuerpo.  Alzó los ojos hacia las destartaladas escaleras y suspiró. Ella estaba allí.

Comenzó a subir despacio al principio, con cuidado de que el suelo no rechinara bajo sus pies. ¿Pero a quién temía alertar? ¿A los vivos o a los muertos? Estaba segura que a Ella no le importaba que estuviera o dejara de estar allí, aún si Rose era una alteración del equilibrio natural de las cosas. No, a Ella no le importa. Pero a otros sí.

Se llevó la mano al pecho para acallar los fuertes latidos de su corazón y siguió subiendo esta vez más deprisa. Sabía que estaba haciendo algo peligroso, sabía que sus sentidos la gritaban que diera media vuelta y se alejara, sabía que aquel no era lugar para los vivos y sin embargo, no podía dejar de avanzar, como si una fuerza invisible la guiara.

"La curiosidad te acabará matando"-le había dicho alguien una vez. Solo esperaba que aquel no fuera el día.

Se detuvo en el rellano del quinto piso. Una tenue luz se filtraba a través de una puerta abierta.Y Rose hizo aquello que nunca se debe hacer: seguir a la luz.

Dio un paso, luego otro y se detuvo en el rellano de la puerta. Observó.

En medio de un pequeño salón con olor a viejo y cerrado una niña pequeña jugaba a los dados sobre una alfombra raída y descolorida. Era bajita y delgada, con una figura tan frágil y delicada que parecía a punto de romperse si la tocabas. Como una muñeca de cristal. La luz de luna que se filtraba por entre las rendijas de una persiana mal cerrada jugaba con su piel pálida, despertando sombras oscuras bajo sus ojos. Unos ojos inmensos y negros, antinaturales en un rostro enjuto e infantil, pero que de algún modo le daban una belleza salvaje impropia de una niña.

La pequeña lanzó el último dado sobre la alfombra y Rose lo observó rodar en silencio, sobrecogida. Giró y giró sobre si mismo hasta detenerse con un suave bamboleo junto a sus pies. La muchacha contuvo dar un grito sobresaltada.

-Ese es el dado del destino- dijo de pronto la niña con voz melosa e infantil- Ha dejado de girar para mí.

Rose levantó la vista despacio y se encontró con aquellos inmensos ojos oscuros clavados en ella. Un escalofrío recorrió su espina dorsal pero se contuvo de retroceder. Sería de mala educación-pensó. Era prudente temer a lo desconocido, pero dejarse llevar por el miedo se consideraba una fobia que rozaba en el racismo. Aunque Rose no sabía si aquel sería el término correcto a utilizar.

La niña sonrió, una sonrisa infinitamente sabia y cargada de nostalgia.

-¿Puedes verme?-preguntó con inocencia- ¿Has venido a contemplar mi partida? ¿o deseas acompañarme a los parajes de lo desconocido?

-Solo soy una espectadora-balbuceó Rose nerviosa.

La niña asintió despacio.

-Una invitada, pues.-sus ojos se abrieron de par en par como si acabara de recordar algo y su sonrisa se ensanchó, blanca y plácida-Es la primera vez que tengo una invitada en muchos años. Pero tendrás que perdonar mi poca hospitalidad, en estos momentos no estoy en condiciones de ofrecerte nada. De todos modos gracias por venir, no creía que nadie viniera a despedirme. Oh, pero no llores por mí, no soporto las lágrimas, a decir verdad tampoco los adioses. Vosotros siempre consideráis la Hora como un final. Yo que he caminado tanto sobre este planeta que ya he olvidado como contar los años solo lo veo como un nuevo comienzo.

Se puso lentamente en pie, con cansancio infinito y se giró hacia la ventana. Rose siguió instintivamente su movimiento y contuvo una leve exclamación. Allí, recortada contra la luz de la luna, estaba la Sombra, Aquella que no era ni hombre ni mujer, observando sin ojos y en silencio opresivo a la pequeña que caminaba hacia ella.

-¿Deberíamos irnos?- preguntó la pequeña extendiendo su diminuta mano hacia Ella.

La Sombra no respondió, tan solo aceptó aquella pálida manita entre sus guantes de penumbra y poco a poco, la oscuridad de la habitación comenzó a filtrarse, a colarse por cada resquicio y a envolverlas suavemente como un manto. La niña volvió a sonreír mientras la sombras la consumían en silencio.

-Hasta la  vista-dijo- Volveremos a vernos-sus ojos bajaron hacia el dado que había caído junto a los pies de Rose y sus ojos se entrecerraron-O tal vez no.

Despacio, Rose bajó la mirada y contempló en silencio el dado, detenido junto a su zapatilla roja. Una cara blanca, sin puntos, completamente limpia en un dado en blanco.

-¿Qué significa eso?- preguntó la joven confusa alzando la vista, pero solo le respondió el silencio. La niña, La Muerte y el manto de sombras se habían desvanecido. Estaba sola.

Se volvió hacia el sofá. Sobre un pequeño lecho de hojarasca descansaba un cuerpo menudo y delgado de piel arrugada y macilenta. En un rostro enjuto surcado por las marcas de la edad dos inmensos ojos oscuros miraban vidriosos el infinito.

Rose sintió como la congoja se apoderaba de ella y se abrazó  con fuerza para contener un escalofrío.

-Así que es igual para ellos-murmuró- Eso es lo que queda cuando se va el alma.

Se agachó y recogió el dado del suelo. Lo hizo girar sobre su palma y entonces un terror frío e irracional se apoderó de ella. Una sensación gélida y opresiva como un puño de hielo le obstruía la garganta. Se puso en pie de un salto y recorrió toda estancia con la mirada como un animal enjaulado. Conocía bien aquel miedo, demasiado bien.

Ellos iban hacia allí y ella tenía que escapar antes de que se percataran de su presencia. O su nombre sería la próxima entrada en la agenda de la Muerte.


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