Soñó que era una muñeca. Inerte sobre la cama, incapaz de moverse y con un frío profundo que le calaba hasta los huesos y poco a poco iba tomando posesión de su cuerpo. Y sin embargo, estaba completamente consciente, aunque no pudiera moverse escuchaba y veía con una claridad aterradora.
Y frente a sus ojos estaba el rostro de la niña, pequeño y redondo, tan bonito y frágil como el de una muñequita de porcelana, de mejillas sonrosadas y la miraba con unos redondos y relucientes ojos azules llenos de consternación.
-¡Mamá!-llamó la niña a voz en grito- ¡Mamá, la muñeca se ha roto!
Oyó los pasos acercarse amortiguados por la suavidad de una moqueta, más que oírlos los sintió, lentos, seguros e inexorables aproximarse. Entonces un leve movimiento captó su atención por el rabillo del ojo, quiso girarse a mirar pero fue incapaz de mover la cabeza ni siquiera un palmo. Y de pronto una mujer joven entró en su campo de visión. Era increíblemente bella, capaz de dejar sin aliento incluso a una mujer como ella. De mediana estatura y esbelta, con el largo cabello dorado cayéndole suelto sobre los hombros desnudos, y en su rostro de muñeca dos ojos tan azules como el cielo en una mañana de verano. Parecía una réplica adulta de la niña.
-Mamá- el rostro de la pequeña se iluminó al verla- ¡Se ha roto!- dijo señalándola a ella que inerte en la cama buscaba como respirar- ¿Puedes arreglarla?
La madre la miró con cierta severidad.
-Cariño-le dijo con una voz tan suave como el terciopelo- te tengo dicho que con la comida no se juega.
La niña frunció levemente los labios con enfado y la muñeca rota constató que estaban manchados de carmín rojo.
La mujer bella se inclinó sobre ella también y durante un largo segundo se miraron en silencio. Después la joven apartó la vista con un suspiro y se volvió hacia su hija.
-Vamos-le dijo- aún no te has terminado tu comida. Tienes que acabártela para que te pueda traer una muñeca nueva con la que jugar.
-¿Una muñeca nueva?-los ojos de la pequeña chispearon rebosantes de felicidad- Pero que sea más guapa que ésta. La quiero con el cabello negro y la piel como la porcelana y que aguante más que ésta.
La mujer asintió.
-Por supuesto, cariño. Pero antes debes terminarte el almuerzo.
La pequeña sonrió y cuando lo hizo dejó dos pequeños y afilados colmillos teñidos de rojo al descubierto. Y fue entonces cuando comprendió con horror que lo que manchaba su rostro no era carmín sino el carmesí de su sangre. Un escalofrío recorrió su cuerpo y de pronto perdió la conciencia de si misma mientras un terror gélido atenazaba su garganta como una mano de hierro que intentara estrangularla. Y sin apartar aquella sonrisa de sus labios pintados de escarlata la niña se acerba inexorable a su cuello.
Sintió que el miedo se apoderaba de su cordura y el mundo desaparecía bajo su peso engullido por una oscuridad profunda y aterradora que hacía mella en su consciencia.
Y de golpe despertó en la cama, su cama, asustada y temblorosa con la frente perlada de un sudor frío. Durante un segundo que se le antojó una eternidad no se atrevió a moverse y permaneció inmóvil entre las sábanas intentando controlar sus escalofríos atenta a cada sonido de la casa. Escuchó el tic tac del reloj de la cocina y el aullido del viento al arremeter contra las persianas; pero nada fuera de lo habitual, nada que no fueran los sonidos propios de su casa cada noche. Armándose de valor al fin se movió despacio, comprobando con alivio que su cuerpo respondía a los comandos de la mente, pero temiendo alertar a alguna presencia misteriosa que hubiera quedado adherida al retazo de su sueño. Y se curvó sobre la cama como un bebé y hundió el rostro entre las rodillas en actitud protectora. Aspiró el conocido aroma de su propio cuerpo y cubriéndose con el edredón hasta las orejas aguardó a que los desbocados latidos de su corazón se estabilizaran.
"Solo es un sueño. Solo es un sueño"-se repitió como un mantra. Y en lo profundo de su mente comprendía que tenía razón, que tan solo había sido un mal sueño. Pero a pesar de todo aquellas aterradoras palabras volvieron a resonar en su memoria como un mal presagio:
"Mamá, la muñeca se ha roto".