Cuando te conocí
tenías tantos sueños,
latía en ti
la ilusión de un niño,
creías que soñando
alcanzarías las estrellas,
creías que creyendo
dominarías las mareas.
Creías en los sueños
y soñabas,
tenías esperanzas
y sonreías.
Si querías bailar,
bailabas,
si querías cantar,
cantabas,
si querías volar
creías que volarías.
El poder de tu esperanza
era tan fuerte
que todo lo arrasabas,
que me hacías soñar
tus sueños
y arrastrabas
al mundo entero
con tu sonrisa.
Fue la inocencia de un niño
y también quedó rota,
tu sonrisa quebrada,
tu mirada apagada,
tu esperanza marchita.
¿Dime, dónde quedaron tus sueños?
¿Dime, quién te arrancó las palabras?
¿Dime, quién te robó la mirada
y te ahogó en un mar sin estrellas?
De las ilusiones
solo quedan cenizas.
Te veo cabizbajo,
marchito,
desesperanzado
y cansado.
Caminas sin ganas,
sin rumbo,
las alas rotas
y arrastras cadenas,
dibujas tristezas
y tu rostro está maquillado
por las cenizas negras
de los sueños quemados.
Hay pasa un ángel caído,
sus alas sin plumas arrastra,
hay pasa un niño crecido,
coronado de inocendia robada,
hay pasa una ilusión muerta,
de realidad amortajada,
sin flores, sin tumba, sin nicho,
sin quien la llore al alba.
Ese es el sentimiento exactamente que tengo cada vez que empiezo a clase. En verano todos mis sueños parecen hacerse realidad o aunque sea puedo verlos más de cerca, en cambio, cuando llegan las obligaciones los sueños se quedan atrás.
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